jueves, 27 de junio de 2013

Templo

Las columnas rígidas del templo se perdían en la oscuridad absoluta de la cúpula, que estaba a kilómetros del alcance de mis dedos extendidos, como si quisiera albergar todo lo posible y, sin embargo, solo me contenía a mí. Mis pasos retumbaron en el mármol como si una avalancha de personas me siguiera, mientras que el sonido de mi respiración alcanzaba cada rincón de aquella inmensidad vacía. Era mi refugio de siempre, donde ya nadie podía herirme, ni ofenderme, no podía hacerme daño, porque las paredes eran demasiado gruesas, y el techo alto, porque las ventanas eran del todo opacas. Cerré la puerta con cien cadenas de acero y tiré todas las llaves a lo más oscuro del templo. Él tendría que venir a disculparse, echar la puerta abajo si era necesario, e hincar la rodilla en el suelo de marfil, porque era él el que tenía que hacerlo y no yo, eso era impensable, cuando una lleva la razón no debe pedir perdón, de ninguna manera, eso era lo que él esperaba, que corriera por todo el templo buscando las cien llaves sin poder aguantar ni un segundo más su ausencia y me rindiera en sus brazos de nuevo. Sin embargo, siempre me han dicho que hay que tener la cabeza alta y que no se puede aceptar que nadie pase por encima de una. Me senté en la parte más oscura del templo, que también era la más fría, me agarré fuerte las rodillas y levanté la cabeza con los ojos cerrados para que así nadie pudiera ver mi pena, si nadie la notaba no existía, si yo tampoco pensaba en ella tal vez desapareciera. Por suerte, había tirado las llaves lejos y las cadenas eran fuertes, porque tenía impulsos de correr hacia la puerta, esos impulsos tengo que controlarlos,pensé, porque era él quien tenía que regresar y echar la puerta abajo de tantos ruegos y tantas súplicas, así que me quedé quieta en la oscuridad y dejé pasar mucho tiempo, con un ojo siempre puesto en la entrada. Entonces me pregunté si todo el mundo tendría templos tan grandes como el mío, o torres altísimas de peldaños empinados, o muros insondables, y si se refugiarían allí constantemente, y pensé que siempre habría alguien que tendría que dar el primer paso. Quizá él también había hecho lo mismo que yo, que me estaba esperando en algún lugar mirando hacia arriba, aunque eso era totalmente incoherente, porque me había dañado, él lo sabía, que mi dolor era terrible, por eso él tenía que disculparse y no yo, no había derramado ni una lágrima y no lo haría jamás delante de él, y él me conocía lo suficiente para saber que no cedería. Me levanté en mi templo cada vez más oscuro y más frío, sin una luz que entrase por sus ventanas opacas, donde no había un fuego que calentara el interior, y mientras pensaba en seguir allí el tiempo que hiciera falta, sin embargo, temí por un momento que no hubiese nadie acechando fuera, nadie que pudiera sentir mi tristeza, ni siquiera alguien que pudiese verme y supiera que yo estaba ahí.

Una decisión difícil. El precio de la esperanza III

Lector, si no has leído mi post anterior, esto puede no tener sentido para ti. 

Pues no, yo no estaba enamorada de mi novio. 
Nos habíamos conocido en una página de contactos para gordos. Era muy humillante registrarme en un sitio así. Idas y venidas del ordenador al frigorífico, mortificada por estar considerándolo, por imaginar mi foto expuesta junto a la de jovencitas tetonas disfrazadas de Miss Talla XXL. Tardé mucho en decidirme. Pero, era ahora o nunca.

Tengo la edad en que las mujeres que no son tan gordas como yo tienen mucho miedo. El poder ha cambiado de manos. Sus hijas han dado un golpe de estado. El nivel de sus hormonas femeninas se vuelve flácido y se desliza a toda velocidad hacia el cero. Al principio, el vértigo las deja paralizadas y, cuando reaccionan, quieren caminar para atrás. Se convierten en virtuosas de la observación y la comparación. Podrían calcular el peso y la edad de cualquier otra mujer con una desviación mínima. Confían en engañar al ojo experto y arrugado de las otras con artesanía corporal más o menos habilidosa, restricciones y sudor.
Ellos, a esa edad, no lo dicen pero, no se dejan engañar. Al mirarlas, unos ven a su santa esposa, otros a su santa madre, otros a su sensata hermana y otros las ven en el último tramo de la franja de mujeres deseables, a punto de ser descartadas. Sus hormonas viven un ciclo diferente. El tiempo, un poco más adelante, los hundirá, a ellos también, en la segunda división. 
Yo no juego en esa liga. Mi categoría es otra.  

Además de gorda soy fea. No es modestia. Soy objetivamente fea.
El pelo, abundante, moreno y fosco, me nace en la mitad de la frente. Y en muchas otras partes del cuerpo donde no hace bonito. De los ojos, pequeños y muy pegados a la nariz chata, lo mejor que puedo decir es que el estrabismo, con las gafas, no se me nota mucho. Los labios, delgados, dejan al abrirse una apertura escasa, como si estuvieran cosidos con unas puntadas en las comisuras. La textura de mi piel es granulosa y exuda grasa. De verdad, soy fea. Y no, no soy muy simpática. Es muy duro ser fea. Te amarga la vida. Es peor ser fea que ser gorda. Se debería catalogar la fealdad como una discapacidad y desgravar en la declaración de hacienda. Ni siquiera inspiras compasión, como un cojo o un ciego, sino hilaridad y un poco de repugnancia. Y alivio porque te ha tocado a ti y no a ellos.

Así que, no tenía miedo de perder un poder que nunca había tenido ni de dejar de ser deseable porque nunca lo había sido. Las hormonas, en mi caso, actuaban de forma diferente. No me abandonaban porque los estrógenos tienen apetencia por la grasa. Lo sé porque soy bióloga. Y soy bióloga porque quería ser pintora. El último año antes de ir a la universidad pasé muchas tardes acariciando páginas de libros de arte, paladeando colores, leyendo biografías de artistas y fantaseando con participar en debates de alta cultura. Desde un libro sobre la vida y obra de Paul Klee, un entrecomillado me atacó directamente a la garganta: “El aspecto externo es el resultado de los procesos internos”. La presión fue bajando por el esófago hasta instalarse en el estómago, junto a otras presiones que ya vivían allí. ¿En qué diferían mis procesos internos de los de mis compañeras de clase para que mi forma externa se pareciera tan poco a la suya? Entonces ya sabía que era diabética y conocía los mecanismos de la enfermedad pero, eso no justificaba mi apariencia. No podía pensar en otra cosa. Tenía que saberlo. Aparqué los libros de arte y estudié biología con interés. Por eso conozco el papel de los neurotransmisores en las relaciones humanas y cómo la bioquímica nos dirige por los caminos marcados por la evolución.

No lo puedo precisar pero intuyo que algo relacionado con esos procesos fue lo que puso en marcha la pulsión que me empujó a la página de contactos. No se trataba de perpetuar la especie sino de mi supervivencia. Y para sobrevivir necesitaba a otro ser humano. Quería que me quisieran pero, sobre todo, quería ser algo bueno para alguien.
Apreté los dientes, fui a la peluquería a que me peinaran bien y me compre una plancha para el pelo que no sabía cómo utilizar. Me hice las fotos y las envié.
No sabía si era peor que contestaran o que no contestaran. 
Contestaron. Somos muchos. 

Es posible que continúe.

martes, 25 de junio de 2013

Carol

El mundo de Carol era sencillo, como una caja de recuerdos. Una casa de madera en un mar de trigo bajo el inmenso acuario del cielo. Una tumba junto al porche, modesta como una nota a pie de página. Un buzón oxidado donde sólo entraba ya el olvido. Y un perro viejo al que le daba pereza ladrar.

Carol era una mujer menuda y enjuta con la cabeza llena de recuerdos recogidos en un precioso moño cano que todas las mañanas se arreglaba con coquetería frente al espejo. Por su piel había pasado la vida y el tiempo dejando un mapa de arrugas; la historia secreta de las emociones. Y no vestía de luto, porque pensaba que el negro no hacía justicia a quien puso color a sus días. Así era ella.

La crónica de su vida no tenía grandes titulares. Era una epopeya mundana. La historia de quien sin ambicionar nada conquistó la felicidad. La bitácora de una conciencia que siempre navegó por aguas tranquilas. El sereno estruendo de quien nunca tuvo necesidad de alzar la voz. El murmullo de un triunfo.Pero siempre tuvo un asunto pendiente: el cielo. Y no el edén que prometen las religiones sino el infinito teatro que regalan las noches de verano. El paisaje para el que, desde niña, en lugar de palabras sólo tuvo ojos y horas. El refugio inalcanzable al que siempre volver. El confidente eterno. 

Aquella noche el verano apretaba la piel contra la ropa y el campo dormitaba exhausto entre las nanas de las cigarras. Carol, con mil ochenta meses hormigueando en su memoria, estaba en el porche, mirando al cielo. En su mente, preguntas atropelladas por una curiosidad casi infantil. En el cielo, la respuesta hecha añicos azulados, como luciérnagas de hielo. Una brisa repentina y fugaz le descolocó un mechón. Sonrió. Dijo buenas noches a la tumba y se metió en casa.

A la mañana siguiente, todo se había puesto de nuevo en movimiento. Excepto Carol. Su habitación olía al perfume que discretamente se echaba detrás de los oídos y desprendía una calidez entrañable, como de pan recién hecho. Ella estaba en su cama, tumbada, vacía. En su rostro, ni alegría ni dolor ni espanto; serenidad. Sus ojos, sus preciosos ojos azules, abiertos y en ellos, moviéndose por siempre, todo el cielo.

sábado, 22 de junio de 2013

"El hombre de acero": ¿Peliculón?

Ayer se estrenó en España una de las películas más esperadas de la temporada, El hombre de acero. Un film con una doble misión a priori: enarbolar la respuesta del tándem DC Cómics/Warner Bros al apabullante éxito cinematográfico de Marvel/Disney y hacer olvidar a todo ser vivo que alguien una vez perpetró una película titulada Superman returns. Una maniobra que, especialmente en esto último, recuerda a lo que ya hicieron (excelentemente) con Batman: reiniciar, actualizar y dignificar una saga cinematográfica que había caído estrepitosamente en la categoría de "películas que dan vergüenza ajena". Pero quien espere un Superman begins es probable que acabe decepcionado

El hombre de acero es la mejor película que se ha hecho sobre Supermán, el héroe creado en 1938 por Jerry Siegel y Joe Shuster pero está lejos de la hondura y la calidad que adquirió Batman en la trilogía de Chris Nolan. Y eso a pesar de que Nolan aparece aquí como productor e ideológo y también su coguionista en las películas del caballero oscuro, David S.Goyer. ¿Qué ha pasado entonces? Pues que quizás Zack Snyder (director de Man of steel) no dirige como Nolan ni ha alcanzado la excelencia que tuvo con 300 o Watchmen. O que es difícil imprimir un enfoque realista, dramático y creíble a un personaje que se lo debe (casi) todo a su condición extraterrestre. O que el guión de Goyer, pese a los meritorios guiños para fans del kryptoniano, se podría haber trabajado más (y mejor). O, la causa más probable, que al igual que sucedió con Batman begins a esta película le lastra su vocación de presentación de un planteamiento renovado y, por tanto, haya que esperar a una segunda parte para calibrar el verdadero potencial de esta nueva propuesta.

Así las cosas, El hombre de acero de Snyder-Nolan sólo se asoma muy tímida y puntualmente a la profundidad dramática (casi Shakespeariana) en la que se zambullía el Batman de Nolan, sustituyendo el dramatismo y la introspección psicológica por épica y artificio. Es decir, si las películas del hombre murciélago funcionaban como drama protagonizado por un superhéroe, ésta funciona como un film palomitero donde hay que dejar la mente con el piloto automático y limitarse a disfrutar con el espectacular despliegue visual que domina las casi dos horas de metraje. Respetable, pero no era lo esperado (creo).

Dicho esto, y dejando al margen los problemas (incongruencias, lagunas, diálogos estúpidos y una estructura narrativa discutible) del guión y un diseño artístico que me "recordó" en según qué cosas al de la saga Mass Effect, El hombre de acero permite al espectador una evasión que compensa el precio de la entrada ya que le ofrece un reparto de actores "marca Nolan" (muchos y muy buenos) y le expone temas y cuestiones bastante interesantes que, para mí, constituyen el gran punto a favor de esta película. Porque, más allá de la historia de Supermán, Man of steel habla de la actitud ante la oportunidad, de la configuración de la identidad como elección entre contrarios y de la asunción de la personalidad como un acto de valentía (social, profesional, familiar...). Asuntos en los que cualquier persona del planeta se puede ver reflejada y que dan a la película un poso conceptual atractivo si alguien quiere encontrarlo entre tanta proeza y batalla.

En resumen, ¿me gustó? Relativamente. ¿Me esperaba más? Sí. Del mismo modo que el personaje no es un pájaro ni un avión, este film no es un truño ni un peliculón. Simplemente es.

viernes, 21 de junio de 2013

De los días irreales

Días que pesan demasiado justo antes del anochecer.
El desconsuelo es casi imperceptible en los ojos
que se amparan en un sueño mortecino.
Pero hay que resistir,
o acabaré acortando los días sin remedio
hasta que no quiera despegar los ojos ni un solo minuto.
Esta irrealidad es mayor
tras las noches largas y sin medida.
Despierto con un ligero dolor de cabeza
y la sensación de ser menos que media alma
arrugada como una bola de papel.
Con el paso de las horas trato de alisarla
pero el esfuerzo desgasta los pliegues.
En los días irreales parece que
tantas risas, y tantas copas y tantas palabras
debieran compensarse
con alguna fuerza contraria.
Supongo.

jueves, 20 de junio de 2013

El precio de la esperanza II

Esto no va a ser fácil de contar.
-Inspira por la nariz. Despacio. Ahora deja salir el aire por la boca contando hasta diez.
Es mi terapeuta. Quiere sofronizarme. Algo así como la hipnosis. Que haga una regresión al pasado. Que me visualice siendo niña. Quiere intentar llegar a la génesis de mi problema. Es  muy joven y, a su pesar, lo enfatiza poniéndose muy derecha en la silla, adoptando un gesto de serenidad comprensiva, usando una bata blanca de tela rígida que le queda un poco grande y llamándome de tú. Se esfuerza. No la quiero defraudar.
-Deja tus piernas y tus brazos flojos. Deja que tu mandíbula caiga, que tus párpados se cierren suavemente.
Ha bajado las persianas dejando que la luz pase entre las rendijas. Ha puesto música chill out de su iphone en un pequeño altavoz. Muy profesional. Previsible. Y muy ingenua.   
Estoy ingresada en una clínica psiquiátrica porque cuando mi novio me dejó, me tumbé en la cama con todo el pedido que había hecho al supermercado gourmet y me lo comí. Empecé por la mortadela de Bolonia, auténtica, cortada muy finita, rosada y cremosa. Continué con los demás fiambres y los quesos. Dos botellas de cava después, me costó mucho terminar el  último cubo de helado derretido. De hecho vomité a la mitad. Pero troceé galletas belgas dentro  y la sensación crujiente me estimuló.
Soy diabética. Y muy gorda.
-Deja que tu cuerpo se abandone, sin oponer resistencia.
Hice otro pedido por teléfono y cuando no abrí la puerta, el chico del reparto avisó al portero. Entraron y me encontraron en coma. Los envoltorios y los restos de comida se mezclaban entre las sábanas arrugadas con los fluidos que habían salido del cuerpo cuando se relajaron mis esfínteres. Llamaron al 112.
Esta es una de esas historias que a uno le dan asco pero que quieres conocer.
-Imagínate en un lugar donde te sientes muy tranquila, muy relajada. Siente la luz, la temperatura y los sonidos de ese lugar.
Soy un bulto oscuro enorme derramado encima de un sillón reclinable en la sala en penumbra de un psiquiátrico. Oigo una música aburridísima. La temperatura está bien.
-Visualiza una puerta. Es la puerta hacia tu pasado. Camina hacia ella.

La verdad es que yo no quería a mi novio. 
Pero eso lo contaré otro día.

Arrivederci, Tony

Ha muerto Tony Soprano o, lo que es lo mismo, James Gandolfini, actor que gracias a esa serie de culto de la HBO, abandonó la injusta penumbra de los actores secundarios, para instalarse en el olimpo de los antihéroes televisivos modernos, personajes siempre dispuestos a recordarnos que hay hijoputas en la ficción con mejor corazón que muchas personas de las que ves todos los días. Curiosos tiempos estos en los que la maldad ficticia reconforta los sinsabores de la vida real.

Pocas personas le recordarán ya por sus papeles en Amor a quemarropa, Fallen, Asesinato en 8mm, The Mexican, Asalto al tren Pelham 123, Donde viven los monstruos, Mátalos suavemente o La noche más oscura, entre muchas otras películas. Gandolfini será por siempre Tony Soprano, uno de los cabrones más carismáticos, adorables y rotundos de la televisión. Un papel que bordó hasta la excelencia y que le reportó un Globo de Oro, tres Emmy y cinco Premios del Sindicato de Actores. Reconocimientos para agradecer lo intangible, salvoconductos para la inmortalidad. Persona y personaje fundidos para siempre en la memoria colectiva.

Como ocurre en estos casos, han tardado poco en lloverle coronas de flores verbales. No sé si como ser humano fue un hijo de puta, pero sí sé que como actor se ganó mi admiración y como Tony Soprano, mi cariño. Así que hoy siento más pena por su pérdida de lo que lo sentiré por la de muchas personas mucho más conocidas por servidor.

Una vez más, tengo la sensación de que, en este valle de lágrimas donde moramos los puteados hijos de Eva, los buenos nos preceden en el camino al otro lado, a la nada, al hades, al más allá, al Cielo o al simple recuerdo provisional. Y aquí nos quedamos aún los que estamos pendientes de juicio; los que pudimos, podemos y podremos disfrutar siempre de una serie que nos mostró cómo la Mafia puede tener más fondo, valores y virtudes que muchas personas de las que se consideran decentes y honradas ("Sólo jodemos al que merece ser jodido"). Una serie que, como este artículo, tuvo en Gandolfini su razón de ser, su principio y fin. Ciao, Tony.

miércoles, 19 de junio de 2013

Umbral

Se detuvo ante la puerta, giró sobre sus talones, contuvo la respiración, cerró los ojos y escuchó. Silencio. Las tuberías bajo la escayola, la madera de la tarima flotante, las juntas de los muebles del salón, los grifos de plata de los baños, las ascuas de la chimenea y el reloj comprado en almoneda del recibidor: nada emitía sonido alguno. Un silencio incontestable. Dejó escapar el aire lentamente. Transcurridos unos segundos, inspiró y el olor a lavanda impregnó su nariz. Sonrió. Abrió los ojos. Y allí clavada en la pared, enmarcada y perfectamente equilibrada, apareció una fotografía en blanco y negro. Hacía veinte años, el color, el rockabilly y las risas de aquella escena se congelaron en un clic y medio instante. Él y ella. Ella y él. Ellos y el mundo antes de la boda. Se descalzó. El tacón del zapato derecho cayó en un golpe seco sobre el suelo. Dio cuatro pasos hasta la pared mientras las medias que enfundaban sus pies levantaban un siseo de la alfombra de seda del recibidor. Se acercó a la fotografía. La observó detenidamente. Miró su bolso. Volvió a mirar la fotografía. La dobló cuidadosamente en cuatro pliegues y la guardó en su bolso, junto a una funda de gafas y un billete de tren. Sólo ida. Colgó el marco vacío en la pared. Sus pasos recorrieron en sentido inverso la alfombra. Se calzó sus zapatos. Inspiró. Las llaves tintinearon cuando las dejó en el llavero. Cerró los ojos. Abrió la puerta. Su cara se llenó de luz y ruido. Dio un paso. Luego otro. Y la casa quedó atrás.

martes, 18 de junio de 2013

El precio de la esperanza

Cuando no me gusta lo que me pasa, cuando lo que me pasa me sobrepasa,  voy a la peluquería. Y no es que me sienta divina cuando salgo, que parece que me han puesto la peluca de otra. Tampoco es porque me cuiden como a una reina. Es una peluquería de barrio, de esas cadenas baratas con tubos fluorescentes, pelo a pegotes por el suelo, olor a amoniaco, ruido de secadores, Kiss FM, una peluquera menuda, otra gorda y un peluquero homo marcando bíceps. Todos de negro gastado. 
Te miran cuando entras, uno o una te pregunta qué vas a hacerte y ya no te vuelven a mirar ni para cobrarte. Hablan de Crepúsculo y de Pablo Alborán a través de los espejos mientras te pinchan, te tiran del pelo húmedo y te queman. Y tú te estás viendo las ojeras y las arrugas sin la clemencia de una luz amable, sin amortiguación y expuesta sin compasión a tus vecinas que pasan por la acera.
Una clienta con cara de felicidad y melena rubia pregunta si les quedan planchas y si creen que ella se arreglaría bien con una plancha. Le dicen que se, que divinamente. Y yo empiezo a pensar que si alguien con cara de felicidad quiere una plancha, sea lo que sea, debe ser una cosa que hace feliz. Las personas con cara de felicidad conocen los secretos. Pongo atención a las explicaciones que le están dando y empiezo a imaginarme feliz.
Le pregunto a la chica que saca humo de mi pelo para qué sirve el artilugio. Me mira para asegurarse que la voz ha salido de mí y con la cara de quien explica algo muy difícil a un auditorio que no le va a comprender me cuenta las bondades de un aparato carísimo que alisa el pelo sin achicharrarlo.
Empiezo a cruzar y descruzar las piernas y ya no paro hasta que terminan de peinarme.
Cuando voy a pagar en la caja pido una plancha tratando de dar naturalidad a la voz y al gesto. La peluquera mira a la otra peluquera y me pregunta si se cómo funciona. Sonrío y saco la tarjeta de crédito.
Salgo a la calle airosa, con la melena al viento y con una bolsa que contiene un recordatorio de mi imbecilidad con garantía por dos años.

lunes, 17 de junio de 2013

Luz

En la luz todo, todo en la luz. Dos jóvenes haciendo el amor en una buhardilla en Montmartre, un grupo de niños volando una cometa en Hiroshima, un yuppie haciendo footing en Central Park, unos chicos jugando al fútbol en Copacabana, un bebé muriendo en Ruanda, un motorista recorriendo la Ruta 66, un funcionario pintándose los labios en Pekín, una adolescente haciéndose un piercing en Berlín, una viuda rezando en el Vaticano, dos hombres besándose en un motel en Tijuana, un estadio coreando un touchdown en San Francisco, un familia llorando en un velatorio en Catania, una madre tirándose por la ventana en Madrid, una niña bañándose en el Ganges, un joven inmolándose en Kabul, un bebé naciendo en Buenos Aires, dos ancianos abrazándose en los Alpes, un militar masturbándose en West Point, un astronauta llorando en la Estación Espacial Internacional. Y el silbido del viento, desatado, colándose entre los perfiles de metal. El mundo entero cabía en la cerradura de su celda. Y él sonreía. En la luz todo, todo en la luz.

viernes, 14 de junio de 2013

Lineas paralelas / Parallel lines

Ayer por la mañana, no sé porqué, busqué la letra de esta canción de Junior Boys que me encanta y me sorprendió lo que encontré. Quizás por mi poco dominio del inglés, le encontré relación con nuestra profesión y pensé en ustedes. En realidad creo que habla más bien de las relaciones amorosas, pero usen la imaginación y vamos pallá (!).

Espero que nuestras líneas paralelas se doblen un poco para que sigamos coincidiendo, aquí y en otros espacios.

"¿Si encuentras las palabras, realmente las dirás?"



La canción: (poner "calidad" en 480 y escuchar con cascos o altavoces para un grado de placer óptimo)




Letra en español (bienvenido si pueden mejorar la traducción):

Si encuentras las palabras, ¿realmente las dirás?
¿O silencioso a través del verso
murmurarás la puntuación,
recordando la línea, una metáfora vacía
que saboreaste solo?
Nunca estás curado
¿Si olvido las líneas, es fácil de falsificar?
¿O necesitas un momento para rememorizar
y modelarla como una maldición medio disfrazada?

Miradas, brindis, susurros y lágrimas
Esa degustación final antes de que desaparezcas
Cuotas, finales, últimas correcciones
Está bien decirlo
mientras no lo creas.

Dame un pequeño espacio
para aplicarme con concentración
lo suficiente como para saber
lo que me falta en educación
Tomando prestado todas las horas que me diste
es un milagro que alguna vez puedo respirar
debajo de todos tus pensamientos
oirás la respuesta final
de todas las cosas que fuiste que fueron paralelas
Todas las voces que se elevaron y finalmente cayeron

Miradas, brindis, susurros y lágrimas
Esa degustación final antes de que desaparezcas
Cuotas, finales, últimas correcciones
Está bien decirlo
mientras no lo creas.

No hay luces
No hay show
No hay decorados
Esto es todo lo que obtienes
No hay esperas
No hay llamadas
No hay pruebas escritas de lo que sabes

Miradas, brindis, susurros y lágrimas
Esa degustación final antes de que desaparezcas
Cuotas, finales, últimas correcciones
Está bien decirlo

mientras no lo creas.


Letra en inglés:

If you found the words, would you really say them?
Or silent through the verse
Will mumble punctuation
Remembering the line, an empty metaphor
That you savored by yourself
You're never cured
If I forgot the lines, is it easy enough to fake it?
Or do you need a moment to rememorize
And model it like a curse half disguised?

Leers, cheers, whispers and the tears
That final taste before you're taken away
Odds, ends, final amends
It's all right to say it
Just as long as you don't really think so

Give me a little room
To get on with concentration
Just enough to know
What I'm missing in education
Borrowing all the hours that you gave to me
It's a wonder I could ever breathe
Under all your thoughts
You'll hear the final answer
Of all the things you were that have been paralleled
All the voices that were raised and finally fell

Leers, cheers, whispers and tears
That final taste before you're taken away
Odds, ends, final amends
It's all right to say it
Just as long as you don't really think so

No lights
No show
No sets
That's all you get
No waits
No calls
No written tests for what you know

Leers, cheers, whispers and tears
That final taste before you're taken away
Odds, ends, final amends
It's all right to say it
Just as long as you don't really think so




jueves, 13 de junio de 2013

Hic sunt dracones

Abandona toda esperanza, tú que entras aquí, de...encontrar algo normal. O aburrido. O tópico. O impersonal. O convencional. Acabas de entrar en el caos.

No te preocupes. El mapa de este territorio no existe: lo vamos a construir palabra a palabra, creación a creación, pensamiento a pensamiento.

¿Quiénes? Nosotros y tú. ¿Quiénes somos "nosotros"? Gente para la que ECH son algo más que unas siglas. Gente que en estos tiempos de penumbra reivindica la cultura como el mejor lugar al final de la escapada. Gente que cree que la imaginación es un derecho. Gente con ganas de decir pero también de contar. Gente que piensa en la creatividad como un modo de vida, como una manera de vivir. Gente a la que un libro, una película, una canción, un cuadro, una escultura o una idea puede cambiar para siempre. Gente diferente con la que te puedes cruzar por la calle cualquier día.

¿Quién eres tú? La persona que, si quiere, hoy inicia un viaje que, quienes hacemos esto, estamos dispuestos a que merezca la pena.