sábado, 13 de julio de 2013

Bacanal a la navarra

Estos días se está celebrando la fiesta por antonomasia no ya de Navarra sino, quizás, de toda España: los Sanfermines. Unos festejos con un magnetismo global que atrae no sólo a gente de todo el país sino a cada vez más personas de distintos y distantes puntos del mundo, colocando así estas fiestas en una categoría mundial en la que tiene como compañeros saraos descomunales como el Carnaval de Río o el Mardi Gras de Nueva Orlenas.

Explicado en pocas palabras, los Sanfermines son una festividad que, tal y como su nombre indica, tiene un pretexto religioso (celebrar a San Fermín) que deriva en un festejo en el que corren los toros, el vino y los excesos en un clima de alegría y total despreocupación.

Así las cosas, a mí los Sanfermines me recuerdan bastante a las fiestas paganas que en Grecia primero y Roma después honraban a Dioniso/Baco, patrón de los cultivos en general y del vino en particular y, en calidad de tal, responsable e inspirador de éxtasis, frenesí y enajenación. Y esto, el sentirse otro sin dejar de ser uno mismo, hace además entroncar a este dios con el teatro, cuyo origen se remonta precisamente a los primeros ritos en honor a Dioniso, lo que convierten para mí a esta deidad en una de los más interesantes, divertidas e inquietantes de todo el panteón, por ser quizás de todos los dioses el más fiestero y cabroncete.

Pero, volviendo a la cuestión de por qué me recuerdan los Sanfermines a las fiestas dionisiacas y dejando a un lado que ambas parten de la premisa implícita que la mejor manera de honrar religiosamente al patrón es pasándoselo bien, la presencia del toro y del vino como elementos icónicos comunes refuerzan el peso del carácter mediterráneo de ambas y el hondo legado que el pasado tiene aún en nuestro presente. Paralelamente, y siguiendo con el vino, el ambiente en el que el morapio y la música enmarcan un ambiente de despondole y despelote del personal fusionan directamente los festejos sanfermineros con las bacanales. Así, ambas se revelan como unas celebraciones donde los cuerpos andan casi tan libres (de ropa) como las mentes y los espíritus. Un fiesta en la que se inmolan los prejuicios, los medios y las preocupaciones con vistas a que el placer del cuerpo suscite el placer del alma. Perderse en los sentidos para encontrar el significado.

Por tanto, viendo las imágenes que año tras año generan los
Sanfermines, cuesta muy poco imaginar en idénticas situaciones a las ménades y los sátiros que integraban según la mitología el séquito fiestero de Dioniso. La única diferencia evidente, amén del atuendo (aunque se pierda con la misma facilidad que la vergüenza), es que hace siglos no se habla de sexismo y ahora sí. Churras con merinas.

En resumen que, mientras todo el mundo sea cómplice, consciente y partícipe, bienvenidas sean estas bacanales a la navarra que son los Sanfermines. 

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