sábado, 31 de agosto de 2013

Veinte años del tentáculo

Antes de nada. Para entender por qué escribo un artículo así en un blog sobre creación y cultura, tengo que empezar por explicar que, para mí, una obra de ficción es un producto cultural resultado del ingenio creativo de uno o varios autores que permite al receptor evadirse de la realidad mediante la asimilación de una identidad ficticia, la de un personaje protagonista que se ve envuelto en una trama no real. Así las cosas, una obra de ficción, para mí, puede ser tanto una novela, una película, un drama teatral...o un videojuego. La clave está en la posibilidad de brindar al lector/espectador/jugador la posibilidad de evadirse siendo o sintiéndose "otro", esto es, dejarse poseer por un personaje gracias al talento de quien lo crea y la complicidad imaginativa de quien lo recibe.

La evasión en los años analógicos. Antes de las teclas y las pantallas, hubo un tiempo en el que sentirte protagonista de una aventura era mérito casi exclusivo de una buena novela/cuento/relato (por encima de las películas y las piezas teatrales, que dejaban menos lugar para involucrar tu imaginación). Luego llegaron los juegos de rol, donde tú encarnabas en tiempo real un personaje irreal hasta que una tirada de dados dijera lo contrario. Así, gracias a Dragones y Mazmorras y juegos similares, sentirte otro ya no era sólo cuestión de imaginación sino también de decisión, de elección. Tú construías tu propio camino, tu propia ficción. Un aspecto éste último en el que incidiría años más tarde la mítica colección de Elige tu propia aventura, donde era fácil sentirte el protagonista saltando de una página a otra. Diversiones de un mundo pre-digital al que hoy muchos miramos con nostalgia y cariño, porque nos regalaron cientos de personajes, historias y tramas que únicamente apelaban a nuestra imaginación para cobrar vida en nuestra mente. 

La imaginación se pixela. Toda la evasión fue analógica...hasta que aparecieron ellos. El estrafalario aspirante a pirata llamado Guybrush, el perro Sam y loquequieraquefuera Max, el motero macarra de nombre Ben, el agente de viajes de ultratumba Manny Calavera, el golfo hortera Larry Laffer, el ¿héroe? galáctico Roger Wilco, el rey Graham, el investigador paranormal Gabriel Knight, el turista aventurero George Stobbart...son sólo algunos nombres propios de un nuevo tipo de entretenimiento, el de los videojuegos, que hace más de treinta años encontró en las aventuras gráficas el mejor imán para atraer a millones de niños y jóvenes hasta la pantalla de un ordenador (sin que su cerebro quedara idiotizado). ¿Que qué era una aventura gráfica? Una novela rebosante de creatividad e ingenio que en lugar de escribirse se programaba, de forma que no la leías en un libro, sino que la jugabas en un ordenador, encarnando, a golpe de ratón, a su protagonista. Un género que durante su época dorada (años 80 y 90 del siglo XX) encontró en las compañías LucasArts y Sierra Online sus dos principales y más míticos valedores. Así las cosas, las aventuras gráficas aglutinaron y superaron las mejores virtudes de las novelas y el rol para ofrecer una diversión sencillamente genial puesto que sentirte protagonista de una aventura, con historias tan buenas y protagonistas tan extravagantes y carismáticos, era ya una obligación. Tanto que no son pocos los que recuerdan algunos de esos videojuegos con la misma admiración y cariño que se recuerda una buena novela, película u obra de teatro. Y con todo merecimiento.

Todo empezó con un meteorito. Este 2013 se cumple el vigésimo aniversario de uno de esos juegos, de una de esas aventuras que devoró las horas libres de muchos chavales en todo el mundo. Se trata de Day of Tentacle, secuela del no menos mítico Maniac Mansion (1987). Se trata(ba) de una aventura gráfica que manda al retrete aquello de "segundas partes nunca fueron buenas" porque fue, es y será siempre uno de los videojuegos más brillantes, demenciales, divertidos y vistosos que se han hecho, al menos en cuanto a aventuras gráficas se refiere. Al igual que su predecesor, el Día del Tentáculo tenía una trama que homenajeaba/parodiaba a arquetipos, tópicos y temas de la ciencia ficción y el terror de serie B (científicos locos, criaturas monstruosas, una inquietante mansión, muertes espantosas y ridículas...), al mismo tiempo que mostraba que, seis años de diferencia, en el mundo de los videojuegos, es un universo: argumental, gráfica y tecnológicamente estaba a años luz de Maniac Mansion (y eso que el listón estaba alto). Si eres de esas personas que no ha tenido la suerte de jugarlo, no te contaré mucho más, porque ya estás tardando en conseguirlo. Sólo te diré que la historia del hoy legendario Day of Tentacle se puede resumir en dos preguntas. ¿Puede un tentáculo de color púrpura querer dominar el mundo? Sí. ¿Se puede evitar? Sí, siempre y cuando tengas un nerd y una letrina que viaje en el tiempo para evitarlo. 
Así que, como se hace con cualquier buena obra de ficción, bien merece la pena celebrar los veinte años de una creación como ésta, que tantos buenos ratos (nos) hizo pasar. ¿O no? 

sábado, 24 de agosto de 2013

Demasiado cerca

Los hombres increíbles, los hombres extraordinarios, son aquellos que disienten de las tendencias que marca su generación, aquellos que ignoran por completo lo que la gente espera de ellos, tipos que miran al mundo como un objeto extraño e irreconocible y que no tienen el mínimo interés por compenetrarse con su paso. No son fáciles de encontrar. A veces, se encierran de espaldas a la realidad, incluso los hay que tropiezan con ella a cada instante. Este era el caso de Arthur Sorkin, el dandi contemporáneo, el incomprensible diletante amante de los versos más tristes y las juergas más perras, un vividor de lengua afilada y carácter sarcástico, capaz de hacer llorar a una betch.
Arthur Sorkin, de profesión famoso, era un rico estadounidense al que alguna extraña circunstancia le había traído a mi pequeña ciudad. Siempre bien trajeado y con barba de tres días, no podía evitar que las mujeres cayeran rendidas al conocerle, como tampoco podía impedir la firme censura de las que ya habían tratado con él.
Muchas fueron las veces que le preguntaron, “¿Cuándo aparecerás con una chica formal, Arthur?” Él soltaba una risotada, “¿a quién iba a poder amar yo?”, como si la simple idea de un romance le repulsara. Luego imitaba el sonido de un escalofrío, en un intento de desprenderse del mínimo atisbo de sentimiento que se le hubiera pegado a la piel.
Era una persona verdaderamente inquietante. Una noche de Agosto, en una discoteca que había junto al Campo del Príncipe, salió a fumar a la plaza vacía. Se quedó un largo rato mirando a la luna, con ojos de profunda incomprensión, como si esperara que las cosas a su alrededor se diluyeran entre terribles gotas de ácido. Apuró el cigarro y se lo apagó en el antebrazo. “Duele”, me dijo antes de volver adentro. Lo primero que pensé fue que debía de estar loco, pero con el tiempo me di cuenta de que su dolencia era todavía más profunda.
A lo largo de los años llegué a conocer bastante bien a Sorkin, pero nunca aprendí tanto de él como en las conversaciones que no tuvimos, en sus palabras delirantes de borracho, o en las veces que fingimos no vernos. Al contrario que yo, era un ser noctívago, con una enorme dificultad para dormir durante el día. Los domingos por la mañana, cuando iba a por el pan, lo atisbaba entre la multitud, con la corbata deshecha y el pelo despeinado, caminando hacia el Paseo de los Tristes con pasos lentos de plegaria y siempre vista al cielo. Él siempre contemplaba las alturas cuando ya no esperaba nada de lo que tenía enfrente. Solo una vez me atreví a importunarle, por pura curiosidad, y me dijo, señalando arriba: ¿No está el cielo más lejos de lo que cuentan los pilotos?. Yo parpadeé un par de veces y le contesté: depende de lo que consideres como cielo. ¿Y las personas?, continuó ¿no están siempre más lejos de lo que exclaman sus risas?. Desde entonces, decidí no entrometerme en sus paseos diurnos.
A pesar de tantos años y tantos encuentros, no comprendí que Arthur Sorkin era uno de esos hombres excepcionales hasta la última noche que pasamos juntos. Estaba frente a la misma discoteca, esta vez sin cigarro y sin luna a la que admirar, con las manos en los bolsillos dándole patadas a una piedra. En cuanto me vio, me obligó a sentarme en un banco junto a él. Empezó a hablarme de finanzas y nuevos proyectos, de una vida con objetivo y lugares extraordinarios.
–No sé si seré capaz de hacerlo. A veces pienso que estoy demasiado cerca de mí mismo. Eso asusta a cualquiera.
Poco a poco su voz se fue extinguiendo, la discoteca cerró y la noche se quedó vacía. Entonces comenzó a repetir en un susurro: ¿a quién iba a poder amar yo?, y lo dijo tantas veces y con una cadencia tan armónica, que se le olvidó de lo que estaba hablando. Me miró sin reconocerme, o sin reconocerse a sí mimo, y preguntó, en un doloroso momento de revelación: ¿quién iba a poder amarme a mí?

miércoles, 21 de agosto de 2013

Un auténtico Tony Stark

Multimillonario, atractivo, carismático, visionario, empresario, con un talento increíble para la ingeniería, magnate, propenso a surcar los cielos como ningún otro hombre en su época, no muy estable mentalmente, conquistador voraz de mujeres, admirado y envidiado por igual, brillante y desequilibrado a partes iguales...Podría estar hablando de Tony Stark, alias Iron Man, pero lo cierto es que estoy hablando de Howard Hughes.

Este célebre empresario estadounidense fue bastante famoso en los años 30 y 40 del siglo pasado por sus hitos y escándalos en el mundo empresarial, cinematográfico y sentimental. Tan apasionante fue su vida que el cine no se ha podido resistir a contarla, como ocurrió en 2004 con El aviador, notable película dirigida por el gran Martin Scorsese y protagonizada genialmente por Leonardo DiCaprio (y Cate Blanchett, entre otros). Film que, además de sus evidentes cualidades cinematográficas, ha revelado su habilidad para amenizar parte de un viaje de cinco horas en autobús en pleno agosto a quien esto escribe, lo cual sólo por eso ya es digno de elogio. Pero, bromas aparte, una de las cosas que más me llamó la atención de la película fue que Hughes, además de recordarme por su firme personalidad, carisma y ambición al Howard Roark de El manantial de Ayn Rand, era (por su combinación de dinero, fama, genialidad, inventiva y demonios internos) un auténtico precedente o inspiración para el mayor playboy que ha pisado los
cómics: Tony Stark.

Pensando en ello y consultando en internet sobre este tema, me sorprendió descubrir que Stan Lee, el padre que parió a casi todos los superhéroes de Marvel, admitió en su día que su personaje de Stark/Iron Man estaba inspirado en Howard Hughes, reforzando dicho vínculo con el nombre del padre de Tony Stark: Howard. No obstante, esta relación tan curiosa entre Hughes y Iron Man era algo ya conocido (menos por mí, claro) y se había escrito sobre ello (basta echar un vistazo en Google para comprobarlo). Por eso, esa anécdota no es el objeto de este artículo, sino el pretexto para lanzar al aire dos reflexiones. Primera: cuán injusto es el mundo real que los héroes de ficción nos hacen olvidar o desconocer a los personajes y héroes reales que los inspiraron. Y segunda: qué poderosa es la ficción, la creación que hasta puede sustituir o desplazar la realidad en el imaginario colectivo.

Y para terminar, como seguimos en verano, vaya desde aquí un pasatiempo para quien lo quiera hacer: ¿Qué otros héroes de ficción tienen o podrían tener su inspiración en personas de carne y hueso?    

viernes, 9 de agosto de 2013

La noche palpitaba


La noche palpitaba sobre un caballo de hojalata.  Su forma era compacta, como una luna sin sombra. La luz… Ah, la luz eran tinieblas, y las tinieblas luz en las reminiscencias de la luz.
Sobre sus dedos yacían dos alondras, y bajo el vuelo un eco. Y desde el eco era la noche espesura y antorcha, como palabras sin forma. Eco de otras palabras, ensoñación sin camisa. Pecho abierto hasta la garganta. Filo de su corazón y ameba. Pero sobre todo era, una daga, una cadencia de lirismo en letanía. Como esponja que se llena de la espuma, pero sobre todo era canto marcial, desencanto, triste susurro que vuela y se convierte en un laberinto de lluvia. Pero sobre todo era repetición de la esfera que gira y muere y se enfunda en otra esfera. Y  después… Coro de la sinrazón, estupidez que agiganta la vergüenza. Pecho abierto sin camisa, y de la luz la espesura, y sobre el corazón lluvia, y de la lluvia una sombra. Y sobre la sombra leña. Eco de otras palabras, ensoñación sin garganta, y el desencanto sin forma es un canto en letanía. La noche palpitaba sobre un caballo de hojalata. Era compacta como una vela sin luz, como la ensoñación que tristemente se sueña y no es sueño son tinieblas.

Mi mundo es de alas


Ungido de la urgencia de volar en la huida,
Del verso sobre el tiempo,
De sueños y de olvidos.
No envidio a aquél que vive realidades de arena.
No envidio al que se aferra a materias feroces.
Mi mundo es de espejismo,
De atardecer de algas,
Y a veces en su espuma los caballos desbocan.
Son crines en la noche que acribillan mi cielo
Y nace un sol de ocasos no celestes.
Mi mundo es también eso
Y cada noche esconde remotas esperanzas.

En esta mar sin angustia


En esta mar sin llanto
En esta mar en donde el hombre pierde la vista y los ojos y el norte
En esta mar en letanía amarga de prisión sonora
Como espejismo de olas recias que rompen contra el tiempo y el espacio, seccionándolo
En esta mar con tanta verdad a cuestas
Esta mar con tanto viento en la orilla
En esta mar de vida y sal y arena y olas, olas de mar latiendo en un baile lánguido al que nadie me ha invitado.
En esta mar inclemente ante su tempestad
En esta mar sin olas, en esta mar con olas.
En esta mar espejo de los dioses, de los pájaros.
En esta mar que asoma y rompe sus nervaduras de espuma
En esta mar de cuyo vientre braman hambrientos tiburones blancos
En esta mar donde se agitan monstruosos los titanes en sus grutas para siempre encadenados
En esta mar profunda
En esta mar sin fondo
En esta mar de pescadores, de navegantes, de piratas, de corsarios
En esta mar que es hombre y es furia y es titán y es Poseidón y sueño y alma y pulmón y locura y espuma y lodo
En esta mar de eterno retorno
En esta mar de coral y de sargazos
En esta mar sin ojos
En esta mar con ojos
En esta mar
Yo canto

Horizontes de cristal



Me levanto cada mañana
Soñando con pasear descalzo por la playa,
Sin apenas dejar rastro sobre la blanca arena.
Me levanto cada mañana
Y recuerdo ese sueño
que atrás quedó en lo soñado,
Y miro por la ventana el transcurrir
De coches que desgastan el asfalto.
He descubierto que en otros tiempos soñaba como un científico,
Ahora me dejo llevar por lo irrealizable,
Con sueños de un mañana que tarda en llegar,
Y que al tiempo ya está aquí,
a través de mi ventana.
Sueño con desahuciar al ostracismo ciego de la mediana infinitud,
Sueño con un rascacielos de idiolatrías paganas y con el templo,
Sueño lo más inconcebible de la realidad,
Sueño con tormentas en la tempestad.
Sueño con pasión.
Me hermano con el espejismo y camino sin aparente razón
Hacia los reductos que deja el alma inexplorada.
Sueño con caballos ardiendo bajo el mar,
Sueño entre musas y sirenas,
Sueño con espacios de vida en estado de pura libertad,
Sueño con los brazos en alto abrazando el mundo de la irrealidad.
Sueño con el amanecer del primer final,
Sueño entre lo ignoto y la desesperanza,
Entre el silencio y la crueldad, que recorre cada palmo de voz y cada sueño.
Sueño con expresar lo inexpresable, la inexorable verdad.
Sueño impunemente dentro del mundo hecho de ingratitud
Aquello que deja el velo entrever de la sinrazón humana,
Sueño, y los días se van, pero otros vendrán.
Y me pasa que la vida se convierte en sueño,
y ya no es vida, es sueño,
Y para mi es más real.
Rubaiyat.
El horizonte queda tejido por infinitos destinos,
La vida se magnifica,
Como un castillo de mármol a los pies de un acantilado.
Y no existe nada comparable, ni mayor levedad.
Expulsado hacia los confines, de una historia sin retorno y sin principio.

jueves, 8 de agosto de 2013

Poetizarlo todo

He estado en donde no debía,
En fiestas donde nada festejaba,
Me junté con aquellos que eran distintos,
Intenté adaptarme siempre al paisaje a través de la ventana.

No temí nunca el descubrimiento,
Ni buscar nuevos lenguajes al camino,
Quizás amé demasiados libros,
Algunos dicen que soñé despierto,
Pero dejé a la inspiración crecer conmigo.

Cansado de voces que me escrutaban,
Que no dejaban ser a mi manera,
Barajé bien las cartas,
Recogí mis maletas,
Caminé por girones de acera,
Que me llevaron lejos.

El perro estaba hambriento porque perdió el olfato,
El coche hacía ruido,
El potro estaba cojo,
El tigre de circo se volvió manso.

Colmena de lamentos,
Sudor pesado...
(Ya solo puedo ver,
No siento.
Silencio.
Espacio.
Pero incluso en la huida el libro siempre en mi regazo)


Allí a lo lejos escuché rumor de barco
que me esperaba para llevarme aún más lejos.
Partir.
Cruzar el mar océano.
De voz a voz
Me llega aún su viento de naufragio.

Fue sueño de reposo,
Creció en mí la hiedra, la fe en el sentimiento de ultramar marino,
Mi alma se hizo puño,
Mi corazón lamento.
Intenté poetizarlo todo:
La luz del sol calentaba a los heridos.
Una abuela arropaba a su nieto,
Aquél chiquillo jugaba con su sombra,
Aquél soldado se persignaba ante el espejo.

Pude ver muchas cosas:
Flores en las cornisas,
Patios vacíos,
Ríos que suenan a música,
Manadas de lobos que aullan al silencio.
Y siempre el libro abierto
Mientras la luna inerme se prolongaba lenta en medio de la noche y de los sueños.

Muchas noches cayeron lentamente sobre persiana rota,
Nacieron muchos hijos de camino al hospicio,
(Alguien aún silba en su trabajo
Con una mano a la espalda y la otra en el bolsillo).

Me fumé un cigarrillo, (más de uno),
La longitud del humo me llevaba aún más lejos.
A un paisaje de hielo en donde apenas se caminaba con otros pasos.
En donde los vagabundo se arropaban con plástico.
Descubrí la Hipérvole del estravismo.
Vi pájaros en vuelo, planeando,
Desplegando sus alas fulgurantes,
Como un escudo frente al crepúsculo,
Sus garras como una espada arañaban el cielo.

Continué mi camino,
Entre lagunas y desiertos, descampados.
Jardín de las delicias, espejismos,
Pude sentir las llamas en los dedos,
Susurros en mis labios.
Sin mi, sin ti, sin nada y estar siendo.
Era felicidad, estar soñando,
Con un mundo mejor,
Con aquél beso,
Que acaso me ofrecieron y olvidé.
La luz sobre la piel,
La mar latiendo,
Su espuma entre mis pies llenos de arena.
Es fácil, ya no dolían las suelas,
El aire ya no quemaba.
(Pensé: Esto es felicidad, es estar vivo,
Y vivir sin remedio,
Pero seguir viviendo.
 Pienso: El sol me está cubriendo
Y nada puedo hacer salvo abrazarlo).

Aún hoy estoy buscando.
Quizás algún destino.
Aún me quedan palabras que son refugio.

Me hayo todavía en medio de la Península,
Península rota del extravío,
Patagonia del sueño errante.
Y desde la calle del norte hasta el bar de la memoria.
Con suerte o sin suerte,
Seguiré siendo inerme a la gloria.

Un trébol, un corazón, un párpado, un pétalo, una gota, una semilla, un grano, una palabra, algún destino...
Todo eso estoy buscando.
Me he quedado en la orilla desahuciando,
He perdido ese barco, pero vendrá otro,
Contemplo las huellas en la arena,
Los surcos en el mar,
Las estrellas.

La vida nos defrauda,
Bajo el cristal oscuro de las gafas.
Más seguiré buscando e intentaré poetizarlo todo.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Animal humano

(Con todo y sin eso, con tanto).

Con la voz en la sangre del desvarío.
Con la sombra del eco.
Con letargo.
Pobre hombre, animal humano que se enhebra los dedos con harapos.
Un remiendo en el costado izquierdo.
Razón y sinrazón, marionetas y cuerpos.
Perros de paja, versos construidos a base de ciudades y labios.
Momentos.
Canciones y citas.
Con el pulso en los hombros.
Con la inspiración que surca cada rostro en sus ojos.
Con todo y sin  eso, con tanto.
Termina el cuento tú que yo no valgo...
Termina el cuento tú que no me queda sangre entre los dedos, ni en las manos.
Termíname el bordado sobre el pecho para seguir viviendo.
Para poder vivir susúrrame en los huesos.
Qué no me falta el tiempo, qué no hay tiempo.
Qué tengo miedo al miedo, qué no hay miedo.
Vuelas prendida de mi mano y yo vida te suelto,
Para que vueles libre y así no tengas miedo de llegar sin tiempo.
Allí donde anidan las almas que han perdido los pájaros.
La vida es un remanso de corazón latiendo bajo el péndulo.
Su reino es el ocaso.
Oh pobre, pobre, pobre animal humano.

Con la voz se hizo un bordado,
Con la arena tibia un manto.
Fue tejiendo sombras con hilo de la lluvia.
Libando las olas hizo de mar su antorcha.
Naufragaron muchos barcos bajo la espuma.

Ya no te reconozco dijo su amigo; Estas girando,
y giro yo contigo y pierdo yo.

Él no le hizo caso.
Colmado el corazón, dia-pasonando,
Se irguió ante la mentira y gritó: ¡Alto!

Ya no te reconozco dijo su amigo: No tienes sinrazón
No tienes desvergüenza, estás faltando a toda la mentira que existió.
Das vueltas y más vueltas, acción-distanciamiento,
¿Aún no te has mareado?

No ceses - contesté yo- en tu empeño vano de amortiguar el desconcierto,
Estás envuelto en  un péndulo perpetuo.
Distancia que el olvido te arrancó.

Él dijo:
Deseo sajar el cielo,
Penetrar en la esfera,
Abrirme paso.

¿Para qué? - preguntó su amigo.

Para no ser mientras vuelo,
Para añorar lo que he amado,
Para presentirme lejos.

¡No te entiendo! ¿Por qué ese vuelo? - dijo su amigo.

Vuelo para ver lo que he perdido,
Para engañar a ese cielo,
Para acariciar la luna,
Para poder ver de lejos las escamas de las olas.

¡No te entiendo! - dijo su amigo.

Pobre, pobre, pobre animal humano.
Oh pálido tiranos, aún más pobres, con todo y sin eso.

domingo, 4 de agosto de 2013

La suerte del diablo

Ahí estás. En tu celda. Sin más compañía que la asfixia de cemento y metal que da forma a tu único lugar en el mundo. Te recuestas contra la pared, junto a la herrumbre de tu camastro apolillado. Por el ventanuco entre la luz del sol. Una luz blanca, difusa, ahogada. El último aliento de un mundo que es probable que no vuelvas a ver jamás. Tienes la boca seca y el cuerpo empapado en sudor. El desierto te manda recuerdos, hijo de puta. El calor empieza a arrancar de tu piel un olor intenso, rancio, animal. Un hedor al que ya te has acostumbrado hace meses. Cierras los ojos y te dejas ir. Y ya no estás en esa prisión. Has vuelto atrás. Al pasado donde escondes tus secretos. A los momentos en que dejaste al ser humano que una vez tal vez fuiste y abrazaste al monstruo. A esos lugares que decidiste marcar en tu mapa como sitios donde enterrar el tesoro de la inocencia. Sonríes. Tus labios cortados se retraen como cuero rajado, dejando ver tus encías moradas y dientes del color del pus. Y tu risa se va llenando de llantos agudos y gritos desgarrados, de pieles suaves y carnes blandas, de cuerpos pequeños entre manos grandes, de rostros sin apellidos llenos de tu nombre. Ellos. Ellas. Uno a uno. Todos. Tus niños. Para cuando te das cuenta, tu mano se ha perdido dentro de tus pantalones y tienes la boca abierta y la lengua húmeda moviéndose como un pez moribundo fuera del agua. Y ríes. Ríes triunfal. Bailas sobre los añicos de otros que nunca pudieron hacer nada contra ti. Tu victoria, su tragedia. Tu éxito, el fracaso del ser humano. Y conforme empiezas a manchar con tu semen tus manos, te sientes poderoso. Te podrán haber privado de tu libertad, pero jamás te quitarán tus recuerdos, tus sensaciones, los ecos de las almas que reventaste alzándose en tus entrañas como fantasmas reptando por un pozo.

Y entonces, el carcelero aparece en la puerta. Indulto. Alguien que se acuesta en camas libres de escrúpulos ha decidido dejarte libre. Alguien a quien nunca le salpicará la desgracia te devuelve un derecho que merecidamente perdiste. Tu cara borra toda expresión por la sorpresa, por el absurdo, por lo inesperado. Y luego estallas en una carcajada. Una risa histérica, feliz. El mundo se vuelve a abrir para ti. Y en él, nuevos nombres, nuevos cuerpos, nuevas vidas que quebrar para tu íntimo, salvaje y secreto placer.

Sales y te fundes en el relámpago del sol con una sonrisa en los labios. Ahora ya sabes que la suerte siempre está dispuesta a guiñarle un ojo al diablo.