jueves, 19 de septiembre de 2013

Triunfo y derrota

Sintió un profundo sentimiento de fracaso. En sus quince años como boxeador, a John “Thunder” Twain le habían roto el cuerpo más veces de las que podía recordar, pero nunca el alma. En sus sesenta combates, a John “Thunder” Twain le habían gritado de todo en un ring, pero nunca campeón. En sus veinte derrotas, a John “Thunder” Twain siempre le habían mirado su mujer y su pequeño con orgullo o con pena, pero nunca con vergüenza. En sus cuarenta victorias, a John “Thunder” Twain le gustaba creer que siempre había ganado a rivales peores que él, pero nunca mejores. A sus treinta y ocho años, a John “Thunder” Twain le agradaba pensar que los únicos golpes que le había dado la vida fue lejos de un ring, pero nunca dentro. Pero aquella noche, entre flashes y aplausos, con decenas de personas desconocidas levantando su cuerpo sudado y amoratado, coreando “Thunder” y “campeón” como si todos los ángeles del cielo hubieron apostado por él, John “Thunder” Twain miró a un rincón del ring. Allí, como un gigante herido, respiraba profunda y entrecortadamente Travis Johnson III, el antiguo campeón, el coloso negro que había sacrificado años de esfuerzo por un puñado de dólares, el ídolo que se había dejado vencer; el campeón que le había derrotado cayendo a la lona. Y, en ese instante, John “Thunder” Twain comprendió cuánto fracaso puede haber en una victoria.

martes, 17 de septiembre de 2013

El último día de Ray Holson

El último día de su vida, la albóndiga conocida como Ray Holson se despertó a la una de la tarde en un sofá de tres plazas y dos millones de gérmenes flanqueado por un pequinés a medio castrar llamado “Pequeño Conan”, una yonqui a medio follar llamada “Pequeña Cindy” y un porro a medio fumar llamado “Pequeño porro”. Más allá, la suciedad y el desorden transformaban su casa en el vientre de un camión de la basura. Jonás engullido por la mierda. Náufrago de su propio caos y prisionero de un cuerpo que daba un nuevo significado a la palabra “sebo”, Ray Holson se incorporó con tranquilidad, depositando con cuidado al pequinés encima de las tetas marginales de aquella adolescente enganchada a las drogas y a los mentirosos con sobrepeso. Paseó su desnudez sobre una alfombra de catálogos japoneses de lencería hasta que encontró su chándal azul celeste con olor a infierno. Convertido en un globo aerostático patrocinado por Adidas, fue a la cocina a prepararse un café. Entonces ocurrió el hecho que cambiaría su vida: no quedaba leche, al menos dentro del tetrabrik donde debía estar. El tiempo se detuvo y el cerebro de Ray Holson se debatió entre tres ideas: penetrar al pequinés, sacar a la yonqui a pasear o bajar a comprar un paquete de leche. El portazo despertó al pequinés, que empezó a lamer, y a la yonqui, que puso los ojos en blanco. 

La coctelera anteriormente conocida como ascensor bajó seis pisos, abrió las puertas y regurgitó a Ray Holson. Éste avanzó por el vestíbulo canturreando Smells like teen spirit como si tuviera el oído que se cortó Van Gogh. En su cabeza empezaban a desperezarse planes que iban desde la dominación mundial hasta la erradicación de la malaria en Nueva York. Y, al salir a la calle, pasó. Pasó la vecina del octavo, Lindsay Morrison, de noventa y seis años, en camisón y sin dentadura, con toda la furia de una suicida en caída libre que se sentía estafada por la vida y la seguridad social, aunque no en ese orden. Había decidido tacharse de la existencia. 

En el vecindario, sólo el pequinés lloró la muerte de Ray Holson.

domingo, 15 de septiembre de 2013

La piedra de la paciencia en cine

Ayer estuve viendo La piedra de la paciencia, la versión cinematográfica de una novela del mismo nombre, ganadora del premio Goncourt en 2008 y escrita por Atiq Rahimi, que es también el director de la película. Me parece necesario escribir un post sobre una película que está pasando tan desapercibida ante el gran público. Yo misma no me enteré de que la habían estrenado hasta que pasé por delante del Cine Madrigal (Granada), un pequeño cine a la antigua usanza, inaugurado hace más de 50 años, que consta de una única sala de butacas apretadas y gallinero en la planta de arriba, y que ya ha acogido en otras ocasiones largometrajes poco taquilleros pero considerados por la crítica como pequeñas obras de arte.

La piedra de la paciencia (2012), protagonizada por Golshifteh Farahani, se ha estrenado en España el 6 de Septiembre de 2013 y cuenta la historia de una mujer en algún lugar de Afganistán que cuida a su marido en coma en plena guerrilla, tras haber sido herido en una discusión. Además, tiene que proteger y alimentar a sus dos hijas. Abrumada por las responsabilidades y abandonada por la familia del marido, busca ayuda en su tía, quien le cuenta la leyenda de la piedra de la paciencia (sangue sabur), un objeto al que le puedes contar todo aquello que no te atreves a decir a nadie, tus mayores secretos, y que algún día se hará pedazos para liberarte de la angustia. De esta manera, la protagonista, cuyo nombre se desconoce, se desahoga con su marido y le cuenta todo lo que en diez años de matrimonio no ha podido. La película discurre principalmente como un monólogo, interrumpido en ciertos puntos por escenas de mayor acción: los ataques de los soldados, la muerte de los vecinos, los encuentros con su tía y la aparición de un joven soldado tartamudo.
Golshifteh Farahani realiza una interpretación brillante, no en vano ha ganado el premio a la mejor actriz en el Festival Internacional de cine de Gijón, y sorprende sobre todo por la fuerza de su expresión y el magnetismo de su mirada. La película también ha ganado el premio Fipresci y el premio del jurado joven al mejor largometraje.

No podemos dejar pasar la gran carga crítica que nos trasmite Atiq Rahimi sobre la situación de algunas mujeres en oriente medio. La subordinación a los hombres y la familia, la violencia y el menosprecio que sufren en sus manos, el continuo sentimiento de culpa y la censura, todo ello lo encontramos en la obra de Rahimi, en la que nos muestra que la falta de libertad y el arrebato de dignidad está a la orden del día.  

martes, 10 de septiembre de 2013

A oscuras

Las putas roncan. La habitación era una letrina de petróleo, estaba a punto de vomitar media botella de Bourbon y en su cabeza rechinaba la resaca, pero a Bob Boswell lo que más le llamaba la atención a las cuatro de la mañana es que la putas roncan, al menos la que se acababa de tirar. Había olvidado dónde había dejado su camisa hawaiana y sus bombachos. Había olvidado dónde había tirado sus chanclas. Había olvidado dónde había perdido el reloj. Había olvidado qué había hecho con su anillo de casado. Había olvidado si la mesilla de su lado tenía lámpara. Pero ahí estaba Bob Boswell, de pie, junto a una cama sudada, en un motel de carretera, maravillado por los ronquidos de una puta cuyo nombre no recordaba. Su cuerpo fondón avanzó borracho de oscuridad por el lateral de la cama, arrancando un siseo de la moqueta mohosa. Quería encontrar su ropa pronto porque nada frío es bueno y mucho menos el sudor que lustraba sus lorzas. De pronto, su caminar zombi se detuvo cuando una prenda se enredó en su pie derecho como un alga. Se agachó, reprimió una arcada y la palpó. Mis slips, pensó. Agarró la prenda e introdujo torpemente el pie izquierdo por el agujero mientras hacía aspavientos de funambulista al borde de la tragedia. A Bob Boswell nunca se le dieron bien los agujeros. Luego intentó repetir la operación con el pie derecho. Un golpe seco resonó en el cuarto. 

A la mañana siguiente, ella se había ido, pero Bob Boswell continuaba en la habitación, dormido en la moqueta, con la cabeza sobre un charco de baba, el culo en pompa y las bragas de una puta cuyo nombre no recordaba encadenadas a sus muslos.

sábado, 7 de septiembre de 2013

"You're next": una comedia negra y brutal

Ayer se estrenó en España la muy esperada y promocionada Tú eres el siguiente. Una película que no hay que cometer el error de situarla dentro del género del terror porque You're next es, consciente y premeditadamente, una comedia llena de mala leche en la que ciertas frases y situaciones hacen tanta sangre como las ballestas, hachas, machetes, cuchillos, destornilladores, batidoras y demás cacharros que aparecen en pantalla.

Tú eres el siguiente se ríe brutalmente de esas comedias tan ñoñas y bucólicas (y yanquis) sobre reuniones familiares donde todo el mundo acaba por abrazarse y posar sonriente para fotos, etc. Lo más normal (recurrente, manido, previsible) habría sido que hubiera utilizado para ello elementos propios de la parodia pero la gran originalidad de este film es incorporar elementos del cine de terror para cachondearse sin piedad masacrando todos los tópicos de las películas sobre reuniones familiares.

You're next cuenta lo mal que acaba una reunión de la acomodada
familia Davison en su suntuosa casa de campo en Missouri.Por un lado, tenemos a la familia: un padre cretino, una madre medicada, un hermano mayor prepotentemente gilipollas, un hermano mediano fondón y perdedor, un hermano pequeño con vocación de bala perdida y una hermana que seguiría dormida abrazada a un teletubbie si pudiera. Por otro, tenemos a las parejas de los hijos: una pija clasista, una estudiante risueña, una siniestra modernilla y un bohemio con aspiraciones de cineasta. Hasta ahí, tanto la propia selección de personajes como las cosas que se dicen (o no) entre sí ya evidencia que la película va a ser un festival de (divertida) mala hostia. Y, para reforzarlo, aparecen ellos, los invasores inesperados: los asesinos (con máscaras de lobo, oveja y tigre respectivamente) decididos a asediar y masacrar implacablemente a ¿todos? los habitantes de la casa. Gracias a esta irrupción del terror a través de algunos de sus elementos más característicos de las últimas décadas (asesinos enmascarados, masacre sin motivo aparente, asalto inesperado a una casa...) en el desarrollo de la trama y las escenas, Tú eres el siguiente se quita definitivamente su careta ante el espectador para demostrar que no es una "horror movie" sino una comedia negra (por sus macabras intenciones) y brutal (por su violencia explícita). Y ahí está el gran y único interés de esta película: utilizar el gore y el slasher dentro de lo que es, innegablemente, una sátira feroz. Todo lo demás que ofrece (inversión de los roles de cazador y presa, lucha doméstica por la supervivencia, la heroína inesperada...) ya lo hemos visto antes y mejor en otros films.

Poniéndonos gafapastas, podríamos intentar encontrar en Tú eres
el siguiente una reflexión sobre la crisis económica (nadie está a salvo de ella, no hay certezas que valgan, la única opción es luchar con lo que tengamos a mano para sobrevivir, la felicidad es volátil, la seguridad es quebradiza, la desgracia es inesperada e implacable, tu futuro queda en manos de personas que no conoces...) o bien sobre los motivos por los que una familia aparentemente feliz puede implosionar (el rencor, la envidia, la ambición, la frustración, la hipocresía...) o incluso ver en esta película un reflejo siniestro de los cuentos clásicos (con animales antropomórficos atacando a inocentes), pero sería darle más valor a esta película del que realmente tiene. Máxime si tenemos en cuenta que el guión flojea más veces de las aconsejables y hay decisiones (secuencias, parlamentos, etc) que evidencian que su director, Adam Wingard, aún está puliendo errores propios de principiantes.

Así las cosas, You're next entretendrá e incluso gustará a quien
no espere ir a ver una película de terror, porque no lo es. En ese sentido, convendría más ubicarla dentro de la misma categoría que títulos como Very bad things. Para todo aquel que quiera pasar un mal rato con visitantes inesperados y sádicos, es mejor que vea cualquiera de las dos versiones de Funny games (1997 y 2007); si por contra prefieren una con misteriosos asaltantes enmascarados, Los extraños es una buena opción; y si lo que le apetece ver es cómo gente normal se defiende de una banda de hijos de puta, La última casa a la izquierda (2009) es una propuesta muy eficaz. Pero miedo, lo que se dice miedo, no es lo que ofrece Tú eres el siguiente. Quien avisa...

miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Luther": ¿Se puede capturar la felicidad?


Recientemente he terminado de ver las tres temporadas de la serie Luther, otra producción de la BBC que apuesta por una magnífica calidad en la factura técnica y por lo detectivesco en la trama, tal y como ha hecho con las excelentes Sherlock y Wallander.  

Luther, creación del novelista y guionista Neil Cross, adentra al espectador en la vida de un detective (interpretado magistralmente por el cada vez más en alza Idris Elba) al que sus propios demonios y errores personales atormentan tanto como los depravados y sádicos criminales a los que da caza policial en un Londres que nada tiene que ver con el de las postales. Un hombre que en su intimidad vive permanentemente al filo de la autodestrucción y que profesionalmente no tiene problema en vulnerar las reglas para hacer lo ¿correcto?. Un antihéroe que vive en contínuo estado de conflicto. Una persona que quizás ha pasado tanto tiempo mirando al abismo que éste le ha devuelto la mirada, cómo diría Nietzsche.

Así las cosas, Luther cumple dos máximas que potencian el atractivo y el interés por seguir la ficción. La primera, las cosas normalmente no salen como uno (el protagonista) espera. Y la segunda: si algo puede salir mal, saldrá mal. Dos reglas que, cuando funcionan juntas, siempre consiguen un resultado bueno en términos de enganchar al receptor (lector o espectador) porque resulta muy difícil no preguntarse en más de una ocasión cómo saldrá (si es que sale) el detective de todos los follones, personales o profesionales, en los que se mete. La respuesta a esa pregunta es sencilla, dado que es una serie dramática y con suficiente dosis de realismo: no siempre las cosas acaban bien.

Si desde el punto de vista técnico las tres temporadas son impecables, desde una perspectiva del contenido la primera es quizás la más interesante y conseguida de todas puesto que, en los seis episodios que la componen, no sólo se nos presenta eficazmente a los personajes y el mundo (exterior e interior) de John Luther sino que también tiene los conflictos morales (¿está bien esto que hago?), personales (¿qué hago con mi vida?) y profesionales (¿cómo cazo a este asesino?) más intensos. De esta manera, en la primera temporada vemos a un John Luther a punto de implosionar mientras interactúa con tres mujeres que representan los tres principales focos de tensión e interés conceptual de la temporada (y de la serie): Su ¿esposa? Zoe, su ¿amante? Alice Morgan y su jefa Rose Teller. Cada una de ellas encarna algo distinto pero necesario para mejorar/aclarar la turbulenta vida de Luther: estabilidad (Zoe), riesgo (Alice) y responsabilidad (Rose). Tres conceptos que, por otra parte, parecen asociados a la edad de cada una ellas: Alice, la juventud; Zoe, la madurez; y Rose, la veteranía. De ahí que, gracias a la interacción y el devenir de los acontecimientos, la relación del protagonista con cada una de ellas (acercándose o alejándose) marca el rumbo de su vida y la serie. Lo cual, no obstante, no hace en absoluto previsible el sorprendente, trágico y brillante final de esa primera temporada.

Las otras dos temporadas, correctas y entretenidas, funcionan mejor por saciar la curiosidad de ver qué pasa con los personajes que por aportar novedades o tramas importantes. Es un "más de lo mismo" pero excelentemente servido. En ese sentido, además de comprobar cómo Luther reacciona ante las devastadoras secuelas de lo sucedido en la primera temporada, cobra especial atractivo el protagonismo que adquiere el pulcro y leal compañero del detective, Justin Ripley, al que el magnetismo destructor de su jefe amenaza con pasar factura. Por eso, a medida que transcurren los capítulos, la historia parece abocada a responder a esta cuestión: ¿caben en el mundo del detective Luther personas como el sargento Ripley? Sin embargo, al finalizar cuarto y último episodio de la tercera temporada, uno comprende que la pregunta fundamental, por encima de cualquier otra, es: ¿cabe en la vida de John alguien como Alice? Y es que, aparte del atormentado y carismático detective, el gran imán y hallazgo de esta serie es la inquietante, perturbada, ingeniosa y ¿adorable? psicópata llamada Alice Morgan.

Por todo ello, Luther, sin ser una obra maestra de la televisión, sí es una excelente opción para disfrutar de una serie que demuestra que la felicidad es casi tan difícil de atrapar hoy en día como el peor de los criminales.   

lunes, 2 de septiembre de 2013

"La Odisea": Un embrujo universal

Atreverse a abordar teatralmente una obra que con sus 24 cantos y 12.000 versos se ha convertido desde el siglo VIII (a.C.) en una de las más importantes y populares de la literatura universal es algo sólo al alcance temerario de un genio. Actuar durante cerca de dos horas solo en un escenario, también. Y eso es lo que ha conseguido, una vez más, ese maestro de las tablas, el ingenio y la palabra que es Rafael Álvarez, El Brujo; el "artista solista" que ha llevado a escena su personalísima y brillante aproximación a La Odisea de Homero, en la línea de montajes como El Lazarillo de Tormes, El ingenioso caballero de la palabra, San Francisco Juglar de Dios, El Evangelio de San Juan o Mujeres de Shakespeare.

Fotografía: Raúl Pascual
La Odisea es la historia de un tránsito, de una evolución, de un hallazgo, de un cambio. Es una epopeya interior, un turbulento viaje iniciático que centrándose en lo individual (Odiseo) alcanza lo colectivo (Grecia, los griegos) hasta adquirir una categoría universal. Es, en varios niveles, la crónica imponente y legendaria de un punto de inflexión, porque, dejando a un lado las peripecias fantásticas del crucero de Odiseo, esta obra personifica en el astuto promotor del Caballo de Troya el paso de la época brutal y belicosa de los pueblos aqueos (Edad Oscura de Grecia) al esplendor sereno y sabio de los ciudadanos griegos (Época Clásica) y el cruce del umbral que lleva de la introspección geográfica arcaica al descubrimiento griego del Mediterráneo. Pero, además de ello y por encima de ello, La Odisea es (quizás a un nivel más íntimo, humano y, por ende, universal) la transición de la oscuridad a la luz, del caos al orden, del mundo de los dioses al de los hombres, de la pregunta a la respuesta, de la indefinición a la identidad. Es la aventura de todo ser humano que se encuentra a sí mismo al final de ese viaje a través de tentaciones, peligros e imprevistos que es la vida. Porque, al fin y al cabo, el guerrero que marchó a Troya no es el mismo hombre que regresó a Ítaca. Es, en definitiva, una aventura puramente humana y, como tal, por encima del tiempo, los nombres y los lugares. Lo cual refuerza la idea de que no hay nada más vigente, más moderno que los clásicos puesto que hablando de temas universales que nunca pasarán de moda porque los hombres siempre los llevarán dentro de sí.

Fotografía: Raúl Pascual
Así las cosas, acercar con éxito al espectador una obra como ésta en apenas dos horas sobre un escenario sin más herramientas que la palabra, la voz, el genio y la música parece una tarea tan complicada como lo fue para Odiseo volver a su patria. Y, sin embargo, Rafael Álvarez lo logra, porque no en vano luce el sobrenombre de El Brujo. Del mismo modo que la diosa Atenea tutela al astuto rey de Ítaca en su vuelta casa, este magistral actor conduce al espectador por la esencia de La Odisea centrándose en algunos de sus pasajes más importantes, aquellos que le sirven para ofrecer una lección a quienes tienen la suerte de estar en el patio de butacas. Y es que sólo cabe definir como suerte la oportunidad de presenciar una exhibición de este maestro canalla, divulgativo y mordaz, reflexivo e hilarante, tan hábil en la enseñanza como en la crítica, brillante en la idea y en la risa, ameno hasta en sus silencios.

Fotografía: Raúl Pascual
La Odisea de Rafael Álvarez consiste en aprender una lección (así se encarga de recalcarlo el propio actor y director finalizando con un "Se acabó la lección") sobre la inmortal obra de Homero: el hogar está donde está tu corazón, es el lugar (real o no) donde una persona abraza la calma para disfrutar de su existencia. Sin embargo, el espectador, al salir del teatro, también sabe otra cosa: A Rafael Álvarez no hay clásico lo suficientemente imponente que se le resista en su titánica, quijotesca y juglaresca empresa de divulgar Cultura, porque es el único actor (me atrevería a decir que en todo el mundo) capaz de convertir una representación teatral en algo que une lo dramático con lo mágico, lo sagrado con lo bufo, la fiesta con el rito, lo elevado con lo mundano, la reflexión con la carcajada, la filosofía con la chanza, lo antiguo con lo actual, lo universal con la anécdota. Y eso, sólo lo hace un maestro. O un brujo. O ambas cosas. 
Fotografía: Raúl Pascual