lunes, 2 de septiembre de 2013

"La Odisea": Un embrujo universal

Atreverse a abordar teatralmente una obra que con sus 24 cantos y 12.000 versos se ha convertido desde el siglo VIII (a.C.) en una de las más importantes y populares de la literatura universal es algo sólo al alcance temerario de un genio. Actuar durante cerca de dos horas solo en un escenario, también. Y eso es lo que ha conseguido, una vez más, ese maestro de las tablas, el ingenio y la palabra que es Rafael Álvarez, El Brujo; el "artista solista" que ha llevado a escena su personalísima y brillante aproximación a La Odisea de Homero, en la línea de montajes como El Lazarillo de Tormes, El ingenioso caballero de la palabra, San Francisco Juglar de Dios, El Evangelio de San Juan o Mujeres de Shakespeare.

Fotografía: Raúl Pascual
La Odisea es la historia de un tránsito, de una evolución, de un hallazgo, de un cambio. Es una epopeya interior, un turbulento viaje iniciático que centrándose en lo individual (Odiseo) alcanza lo colectivo (Grecia, los griegos) hasta adquirir una categoría universal. Es, en varios niveles, la crónica imponente y legendaria de un punto de inflexión, porque, dejando a un lado las peripecias fantásticas del crucero de Odiseo, esta obra personifica en el astuto promotor del Caballo de Troya el paso de la época brutal y belicosa de los pueblos aqueos (Edad Oscura de Grecia) al esplendor sereno y sabio de los ciudadanos griegos (Época Clásica) y el cruce del umbral que lleva de la introspección geográfica arcaica al descubrimiento griego del Mediterráneo. Pero, además de ello y por encima de ello, La Odisea es (quizás a un nivel más íntimo, humano y, por ende, universal) la transición de la oscuridad a la luz, del caos al orden, del mundo de los dioses al de los hombres, de la pregunta a la respuesta, de la indefinición a la identidad. Es la aventura de todo ser humano que se encuentra a sí mismo al final de ese viaje a través de tentaciones, peligros e imprevistos que es la vida. Porque, al fin y al cabo, el guerrero que marchó a Troya no es el mismo hombre que regresó a Ítaca. Es, en definitiva, una aventura puramente humana y, como tal, por encima del tiempo, los nombres y los lugares. Lo cual refuerza la idea de que no hay nada más vigente, más moderno que los clásicos puesto que hablando de temas universales que nunca pasarán de moda porque los hombres siempre los llevarán dentro de sí.

Fotografía: Raúl Pascual
Así las cosas, acercar con éxito al espectador una obra como ésta en apenas dos horas sobre un escenario sin más herramientas que la palabra, la voz, el genio y la música parece una tarea tan complicada como lo fue para Odiseo volver a su patria. Y, sin embargo, Rafael Álvarez lo logra, porque no en vano luce el sobrenombre de El Brujo. Del mismo modo que la diosa Atenea tutela al astuto rey de Ítaca en su vuelta casa, este magistral actor conduce al espectador por la esencia de La Odisea centrándose en algunos de sus pasajes más importantes, aquellos que le sirven para ofrecer una lección a quienes tienen la suerte de estar en el patio de butacas. Y es que sólo cabe definir como suerte la oportunidad de presenciar una exhibición de este maestro canalla, divulgativo y mordaz, reflexivo e hilarante, tan hábil en la enseñanza como en la crítica, brillante en la idea y en la risa, ameno hasta en sus silencios.

Fotografía: Raúl Pascual
La Odisea de Rafael Álvarez consiste en aprender una lección (así se encarga de recalcarlo el propio actor y director finalizando con un "Se acabó la lección") sobre la inmortal obra de Homero: el hogar está donde está tu corazón, es el lugar (real o no) donde una persona abraza la calma para disfrutar de su existencia. Sin embargo, el espectador, al salir del teatro, también sabe otra cosa: A Rafael Álvarez no hay clásico lo suficientemente imponente que se le resista en su titánica, quijotesca y juglaresca empresa de divulgar Cultura, porque es el único actor (me atrevería a decir que en todo el mundo) capaz de convertir una representación teatral en algo que une lo dramático con lo mágico, lo sagrado con lo bufo, la fiesta con el rito, lo elevado con lo mundano, la reflexión con la carcajada, la filosofía con la chanza, lo antiguo con lo actual, lo universal con la anécdota. Y eso, sólo lo hace un maestro. O un brujo. O ambas cosas. 
Fotografía: Raúl Pascual

1 comentario :

  1. O ....un verdadero artista ...de los pies a la cabeza .A veces bufón ...a veces místico ...a veces ignorante .....y en su ignorancia ...un sabio ...Pues mientras los demás nos deleitamos con él.....Su mirada está por encima nuestro .....y su mente ...aún más ....Brujo ...gracias por existir

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