domingo, 27 de octubre de 2013

James Wan: el arte del miedo

Tras sólo haber dirigido cinco películas "de miedo" (la última estrenada el pasado viernes), el australiano James Wan se ha revelado como un maestro de este género, porque lo cierto es que, hoy por hoy, sólo Rob Zombie, Hideo Nakata y él ofrecen argumentos sólidos para ser referentes totémicos en el futuro, igual que hoy hablamos con admiración de Carpenter, Craven, Hooper y compañía. El resto de los horror directors actuales (Roth, Aja, McLean, Nispel...) están cayendo o bien en el efectismo o en el ostracismo o en la mediocridad. Por eso, teniendo presente que hace no mucho anunció su intención de abordar otros géneros, merece la pena analizar la personalidad que este director ha mostrado en sus películas de terror.

De ahí que este artículo no pretenda ser una loa a Wan sino
analizar su sello distintivo, basándome para ello en las películas que este joven realizador ha conseguido colocar en la filmoteca particular de todos los amantes de los pelos de punta. En ese sentido, sería ridículo olvidar al compañero creativo de Wan, Leigh Whannell, con quien forma una curiosa dupla que los convierte en algo así como los Spielberg-Lucas del cine de miedo. Juntos, uno con la cámara y otro con el guión, nos han regalado thrillers espeluznantes como SaW, películas aterradoras como Insidious (Capítulos 1 y 2) y un film menor pero que sirve para identificar con claridad su ADN del terror como Silencio desde el mal. Sin embargo, resulta curioso que, sin Whannell como escudero, Wan hiciera el peliculón que le coronó como el nuevo capo del terror: The conjuring. ¿Qué conclusión sacar de eso? El talento del tándem Wan-Whannell funciona tanto juntos como por separado.

Pero, centrándome en el objetivo de esta reseña, ¿qué caracteriza las películas de terror de James Wan? Vamos allá:
  • La apuesta por el suspense. Así como otros tipos prefieren el gore o jugar con el volumen del sonido para incomodar al personal, Wan apuesta por una narrativa que utiliza el suspense como herramienta para erizar el vello del espectador. No se trata tanto del susto en sí como de crear las circunstancias para aumentar su efecto. Es decir, te inquieta bastante ya sólo obligándote a imaginar lo que puede pasar. Y eso denota mucha inteligencia.
  • La trama como puzzle. Ocultar respuestas, causas o
    explicaciones de sucesos perturbadores para irlas descubriendo y encajando con precisión conforme avanza el metraje y la trama es algo bastante característico de sus películas. Esto, que es forma parte básica del arte de contar ficciones, no abunda en estos tiempos del "todo-mascado" y por eso hay que reconocérselo como mérito. Aquí, igual que sucedía con el punto anterior, apela a la "colaboración" del receptor para que la inquietud parta de una actitud consciente, activa, y no desde lo instintivo o irracional. De esta manera, sus historias sólo se pueden entender en su totalidad desde el final, desde la revelación que corona y cierra la trama, siempre y cuando el espectador haya estado atento. Nuevamente, un rasgo que demuestra mucha inteligencia al otro lado de la cámara.
  • El antisusto. Buen conocedor de las películas de miedo y
    delas reacciones del público, Wan juega en muchas ocasiones a mostrar justo lo contrario de lo que el movimiento de cámara o la variación en la música parece vaticinar. Es decir, justo cuando crees que viene un susto, no sucede nada. Así, desmontando la seguridad del espectador, le empuja a una situación donde no puede estar confiado porque no puede anticipar con facilidad, por muchas películas de terror que haya visto, lo cual es el marco ideal para asustarle con solvencia todavía.
  • Rojo muerte. Igual que ocurría en El sexto sentido de
    Shyamalan, el color rojo en las películas de Wan está muy vinculado a la muerte, tanto como hecho en sí (alguien va a morir o bien un fantasma va a aparecer), como condición de una persona (alguien está muerto) o como lugar (ya hablemos del Más Allá o de un sitio donde alguien perdió la vida). Además, lo combina casi siempre con el color negro o el color blanco, lo que hace resaltar aún más su importancia visual y conceptual. Es como si Wan diera una pista al espectador para avisarle de que vienen curvas.
  • Imaginario infantil. En no pocas ocasiones, Wan muestra
    entornos (habitaciones) o elementos (juguetes, melodías, etc) que nos remiten a la niñez. Así apelando a un entorno que nos sensibiliza tanto, por su ausencia de maldad y defensa, construye un ambiente emocional perfecto para que que nuestros nervios se tensen como cuerdas de violín. En este sentido, cabe destacar la predilección que tiene Wan por los muñecos como heraldos o testigos del Mal, ya desde la mítica marioneta Billy de Saw.
  • Miedo tradicional. Tanto en lo conceptual (fantasmas,
    posesiones, maldiciones, asesinos, brujas...) como en lo técnico (una puesta en escena donde lo digital, aun estando presente, no lo parece), Wan siempre apuesta en fondo y forma por un miedo muy tradicional, como si renegara de cualquier artificio excesivamente llamativo por miedo a que "desconecte" al espectador. Así, las interpretaciones de los actores, la iluminación, el uso eficaz y "discreto" del sonido, el emplazamiento en entornos físicos (decorados o escenarios no creados o modificados por ordenador), el solvente uso de los movimientos de cámara y la evocación de terrores que nos asustan desde nuestra infancia (la oscuridad, lo oculto, lo invisible, lo inexplicable...) son ingredientes de una receta clásica que, en manos de Wan, no pierde frescura.
     
  • Look espectral. Los fantasmas que aparecen en sus películas
    (Silencio desde el mal, Insidious y The conjuring) tienen un aspecto muy particular: Están maquillados de forma que parecen más propios de una representación teatral o de una antigua película en blanco y negro. ¿Por qué? Para potenciar la expresividad y el histrionismo aterrador de esos espectros y, al mismo tiempo, darles una profunda sensación de humanidad, de fisicidad y, por tanto y aunque suene paradójico, de verosimilitud. En este punto, habría que citar la influencia (tal vez innegable después de cierto guiño en Insidious: Capítulo 2) de la película de culto El carnaval de las almas de 1962. 
  • El truco final. Ya desde la magistral SaW la mayoría de películas de terror de Wan incorporan un giro argumental final, una sorpresa (casi siempre negativa), un cliffhanger absoluto cuya única pretensión es dejar con un palmo de narices al espectador. Sin embargo, al ser uno de sus rasgos más característicos, se ha vuelto previsible, lo cual no quiera decir que haya perdido eficacia, porque Wan oculta muy bien sus cartas. 
En definitiva, James Wan ha mostrado que se puede hacer cine de terror de calidad apelando a la inteligencia del espectador, apostando más por lo artesanal que por lo efectista y que conceda más importancia a contar bien la historia que a conseguir que las butacas entren en bradicardia.

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