sábado, 12 de octubre de 2013

Prisioneros, el corazón en el abismo, una afrenta contra Dios


Sólo hay un thriller comparable a este, y su título es Mystic River. Comparable o similar en hondura, en intensidad, en profundidad melodramática. Si Clint Eastwood, (que es un ser de otro planeta, probablemente de Marte), remueve las conciencias y los estómagos de todos los espectadores que se precien de serlo, con su habitual soltura cinematográfica, (propia de un maestro de otro tiempo, por ahí leí que debiera llevar un parche en el ojo como Nicholas Ray, y escribir esto no es nada descabellado),  Denis Villeneuve con sus dos largos, se está empezando a construir su propio Olimpo entre los dioses del celuloide. Digo esto y no creo que exagere. Es más, creo que fue Denis quien dijo en una entrevista qué leí por ahí (aunque quizás no fue él) qué se quiso dedicar a esta industria del séptimo arte, después de ver la película Matar a un ruiseñor.  Sea como fuere, esta frase le viene que ni pintada, que ni al pelo. Porque Prisioneros es una película muy grande en todos los sentidos, en dónde en medio de su anonada contemplación, (porque entretiene,vaya que sí, entretiene), el tiempo se relativiza a través de una tensión creciente que te alcanza hasta calar todos los huesos. Y no se trata de un entretenimiento baladí, barato o casual, porque aunque no quieras, aunque el mayor de los imbéciles esté sentado en su butaca pimplando palomitas, se dará cuenta de que sin querer, vaya por Dios, ¡Se le hace pensar!, Se  le plantea un dilema moral, se le está arrastrando hacia el lado más oscuro del corazón humano, hacia los confines en donde el hombre se revela y se levanta contra el propio Dios… Entonces quizá y sólo quizá (no me atrevo a decir más), alguna de las palomitas que ingiere como un mono se le atragante, y por gracia mística o divina dejará de hacer ruido. Tal vez, con un poco más de suerte, pierda el apetito durante el resto de las algo más de dos horas.

Nada es casual en esta película, el guión es un alarde de ingeniería, y de giros y contra-giros (Robert Mckee estaría orgullosísimo, es un guión de manual, para estudiar en las escuelas de guión y de cine vamos), y por algo, en la primera escena se recita una oración, un Padre Nuestro en medio de un bosque recién nevado, mientras la mira telescópica de un fusil de caza apunta a un pequeño cervatillo que linda con la muerte (genial metáfora por otro lado, que ya te indica a las claras por dónde van a ir los tiros).

Si en Mystic River, Eastwood se sumergía en lo más profundo del dolor de un padre, y demostraba que nada es lo que parece, qué se puede ser inocente y culpable a la vez, o dicho con mayor propiedad; El hombre puede dejar su humanidad atrás o a un lado, cuando el corazón está tan ajado por el sufrimiento, que se esfuerza por descifrar respuestas que no existen (o aún peor sí existen, pero son fruto de la maldad y por lo tanto, o aún peor, o mucho peor, son inútiles) en medio de los espejismos del pasado, y las máscaras de humo del presente. Pasado aterrador que siempre vuelve entre lobos, bajo el tibio transcurrir de un  meandro teñido por la desesperación de un niño, por la muerte de una hija, por la cicatriz de tres amigos que dejaron de ser niños demasiado rápido. Río que desemboca en un mar de angustia o de eterno retorno.

 Villeneuve hace lo propio y plantea nuevas cuestiones éticas, de igual o mayor calado y trascendencia. Mystic River, es una increíble película por su negrura, su amarga oscuridad, (que se posa como una losa a lo largo de todo el metraje), allí entre esas calles de un pueblo que podría ser cualquiera, pero que la mano sabia de Clint curiosamente (o no tanto), lo sitúa cerca de las Vegas, representación del sueño americano. Mientras te narran la historia de tres muchachos alcanzados por la flecha de la adversidad, sabes bien que no habrá nadie que se salve, que quede absuelto, todos los protagonistas están unidos a través de unos lazos de culpa invisibles, (ya sea provocada o auto-impuesta), en un río místico, y por esa razón aciaga pagarán por sus pecados, o serán mártires del pecado de sus verdugos, aquellos asesinos del alma que causaron tal estrago años atrás, que acaban para siempre con el orden en sus vidas, (al menos en dos de tres de ellos). En ambas películas, Prisioneros y Mystic River, la religión, la devoción y la iglesia corrupta son desencadenantes trágicos.

Villeneuve llega al clímax desde el minuto siete de película, minuto en dónde se desencadena el drama de forma fulgurante, y se inicia de nuevo la tragedia. Tragedia que al igual que en Mystic River bebe de su pasado, tiene víctimas y verdugos, y es igualmente difícil (y esto supone el punto clave y fascinante de la película) para el espectador distinguir a unos de otros. Porque tan pronto el verdugo se convierte en víctima como ocurre lo contrario. Pero la cinta no confunde, ni cae en la confusión, ni provoca que el espectador se confunda, porque lo que ocurre podría acaecer en cualquier lugar del mundo, y cada acto es producto de una acción que lo genera, y habrá personajes que tendrán razones más poderosas que otros para hacer lo que hacen. Se trata de una apuesta por lo tanto, igualmente válida que Mystic River, igualmente atronadora en las conciencias propias y ajenas, igualmente heladora de la sangre más atemperada, igualmente asombrosa, igualmente genial.

Situemos a un padre perfectamente civilizado en un escenario extremo, en una situación límite, con un plazo a vida o muerte, en un lugar tenebroso en donde pierde a su  pequeña  hija (que es además para más inri una ricura). Démosle indicios a este padre para que termine de perder la poca cordura o civismo que le queda, (que le podría quedar en una situación de tal calibre), y observemos qué pasa, dejemos que Villeneuve nos lleve de la mano, observemos cómo se comporta, por dónde transcurre a partir de aquí el día a día de este padre… Seguro que nos sorprendemos y mucho, o quizá, si pensamos un poquito y nos ponemos en su lugar, no nos sorprendamos tanto.

Qué puedo decir del trabajo de Hugh Jackman, ese galán infravalorado por el cine, que ha recibido su justa recompensa en el Festival de San Sebastián, que recompensa siempre a los más grandes iconos de su generación,dando premios por una vida, por una carrera dedicada al cine, a los que realmente lo merecen, porque el público los adora y punto. Pues que al igual que al contemplar a Al Pacino en Scarface, uno se pregunta si este se metería grandes dosis de coca para mantener ese nivel de adrenalina durante toda la representación, qué cojones, (permítanme la expresión, no hay otra), hace este tío para mantener este nivel de intensidad dramática. Es feroz, es hijo de la ira, es Lobezno una vez más. Pero un lobezno humano, un hombre convertido en lobo por el comportamiento de otros hombres u otros lobos, que se mueve magistralmente entre estallidos de ira, ferocidad y salvajismo. No hay otro Lobezno mejor, como no hay otro que pueda interpretar a un padre en los límites del auto-control. Este tio es un crack. Qué puedo decir de Jake Gyllenhaal, pues que bendito Actors Studio, y bendita escuela de interpretación americana. Porque si en Donnie Darko te deja con la boca abierta, moviéndose en medio del delirio y la inacción, en esta película es un poli que le viene como anillo al dedo a cualquier departamento de policía. Es un tio que se implica en sus papeles igual que se implica en este caso, y si ya en Zodiac (auténtico coñazo de película con destellos de cine inconmensurable) mantenía el sólo escena tras escena cada situación, lo vuelve hacer, lo vuelve a lograr. Por ende, por Michael Ende diría yo, otro crack. Después está Paul Dano. Atención señores, atención a los segundos en que saca a pasear al perro, atención al atormentado muchacho que retrata, atención a su forma de dejarte sin una gota de sangre en las venas por momentos. Es mucho Paul Dano, es otro actorazo. Y como no podía ser de otra manera la protagonista femenina, esa madre abrumada por el dolor de perder a una hija, es Maria Bello dando el callo, que a mi desde que disfruté de su interpretación en Una historia de violencia me encanta, francamente. Duelos interpretativos en su cúspide, rodados con mano firme sujetando dos cámaras, mejor, para que no se estorben entre Hugh, Jake y Paul. Enfrentamientos interpretativos simple y llanamente magistrales, cargados de sentido, fuerza, veracidad. Una maravilla resumiendo.

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