viernes, 29 de noviembre de 2013

La última hoja

Edward Barrons peinaba funerales, tenía la vida sin planchar y la sonrisa cerrada por derribo. Pero eso no le importaba. Vivía en una urbanización de las afueras donde nunca pasaba nada que no fuera el tiempo. Pero eso no le importaba. Tenía setenta y ocho años y murió a los setenta y tres. Y eso sí le importaba. Porque hacía cinco inviernos que ya nadie le llamaba “Eddie” ni le despertaba con olor a tostadas y café recién hecho ni le abrazaba por las noches en la cama aunque no hiciera frío. Aquella mañana, con la madrugada aún en retirada, se puso la bata que ya no olía a ella, dejó encendida la radio en la cocina y salió al cobertizo. Frío y viento para un hombre hueco. Otoño en el jardín. Y en el jardín, un roble. Y en el roble, una hoja. Una que bailaba su muerte como un ahorcado. Durante un instante, Edward Barrons pidió a Dios que esa hoja fuera la suya. Cinco minutos después, entró en la casa y subió el volumen de la radio. Música clásica para un mar de silencio.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Sandy

El 22 de noviembre de 1963 Sandy sólo tenía ganas de llorar. Aquella mañana el mundo se le había roto. Y los colores, todos, se habían retirado como payasos fracasados dejado una huella de blanco y negro en todo lo que podían ver sus ojos. Y los sonidos, todos, se habían vestido con el pesado luto del silencio porque aquello era lo único que entendían sus oídos. Y los sabores, todos, se habían vuelto tan amargos que su estómago se tomó el día libre. Y las sensaciones, todas, se habían borrado de su piel convirtiéndola en un imenso folio helado donde escribir condolenicas. Y los pensamientos y los sueños y las inquietudes que agitaban febriles su mente de noria se habían esfumado como un eco fantasmal, dejando el sitio suficiente para que cupiera el vacío, el agujero, la herida, la nada, la muerte. Y así estaba ella, en el jardín, recostada junto al porche, escondida de un mundo cruel, manchando con la hojarasca el abrigo que le regaló su abuela por su cumpleaños, con los ojos llorosos, la nariz moqueando y sus manitas apretadas con rabia bajo sus guantes de lana. Porque, aquella mañana, Sandy había conocido la muerte y lo único que le preocupaba era llorar, llorar con toda la fuerza de quien apenas ha aprendido a leer y ya quiere entender la vida, llorar como si las lágrimas obraran milagros, como si la pena de una niña de seis años fuera capaz de hacer recapacitar a la muerte. Dentro, en la casa, sus padres no tenían tiempo de consolarla ni de explicarle nada ni de engañarla ni de distraerla: en la radio había muerto una persona, en el televisor había muerto una persona y en Dallas había muerto el presidente de su país. Pero, aquella mañana, a Sandy, lo único que le importaba era que había muerto su gata.

viernes, 22 de noviembre de 2013

PÉRDIDA


El vacío, el vacío que me dejas, que dejas tras de ti, es una herida en el universo.

Hay distintas nostalgias,
Nostalgia de pasado.
Nostalgia de un futuro porvenir.
Pero la ausencia es la más profunda.

Lo malo de pensar es lo impensable,
Es todo aquello que la gente calla.
Lo malo de ceder al pensamiento
Es entender que no todo se entiende.
Que a veces lo que ves es lo que sientes
Sin poder comprender apenas su sentido
Profundo a través del ojo.
Lo malo del razonamiento es su ineficacia
Ante el imposible reto de explicar la realidad.


Acerado por tus ojos

Tus ojos se desangran
Bajo el azul del agua.
Se deslizan y escurren
Bajo la orilla diáfana.
Tus ojos se eternizan,
Alunizan y fluyen
Reflejándose en el fondo de mi alma.

La habitación es una de tantas de hospital, blanca y desoladora. Está sentado mirando a través de la ventana, lleva las zapatillas y el albornoz limpio. A su lado una mujer rubicunda con el pelo teñido de rosa y azul hojea las fotos de una revista hola.
Hola abuelo.
Me mira de soslayo, está de mal humor, supongo que han acabado con la paciencia que tenía almacenada y lista para pasar buenamente el día. 
- ¿Qué tal llevas la tarde abuelo? 
- Mal. 
- ¿Por qué abuelo? 
- Este loro no me deja hacer nada. 
- Jajajaja – Me río. 
- Bueno, pues nos vamos de aquí abuelo. 
- ¿Tú eres el nieto? 
- Sí, ¿y tú? 
- Yo soy Melinda, me ha contratado tu tia para cuidar de tu abuelo. 
- Muy bien, me lo llevo un rato. 
- Está muy nervioso. 
- Cállate loro – contesta mi abuelo. Sonrío, no puedo evitarlo.
Agarro a mi abuelo de un hombro y lo aposento sobre su vehículo de tracción mecánica. Pole position. Arrancamos rápido, buena salida. Tomamos la primera curva justo al salir de la puerta con soltura, hay mucho tráfico sobre la pista pero ruedan a menor velocidad, de hecho está permitido incluso pasear, por lo demás no tienen nuestro coche. El sonido del  motor es ensordecedor, por eso creo que mi abuelo no dice nada, mantiene un tranquilo y placentero silencio en movimiento y adelantando, porque es una pista circular, como las de EE.UU, que gran nación,  y solo cabe una trazada. Hay que dar vueltas cada vez más rápidas, pisar a fondo a medida que nos hacemos con las dimensiones del asfalto, llegar a la curva y reducir un poco pero no demasiado, dejar que los caballos galopen como en aquél anuncio de Repsol IPF, que gran compañía. Al Cesar lo que es del Cesar, ¿verdad abuelo? – le pregunto. Sí – me responde tan bajo, que suena a suspiro, un suspiro hecho de infinitos pensamientos reunidos y sujetos tan solo por un monosílabo.  Arrastro la silla de vuelta a la habitación y le asiento en el sillón bajando el respaldo. 
- ¿Qué tal la tarde abuelo? 
- Mal. 
- ¿Por qué? 
- Ha estado nervioso – Me dice el papagayo. 
- Calla loro – Contesta mi abuelo. Sonrío, no puedo evitarlo.
Entra una enfermera con su bata blanca. Es joven, tendrá mi edad más o menos. 
- Faustino, vamos a echarnos un rato – Exhorta a mi abuelo.
Faustino me mira fijamente y dice: Esta es gilipollas. Me río con ganas. 
- Hay que descansar – repite Írsula, infiero su nombre del cartel que porta orgullosamente en la solapa de su uniforme, como un buen soldado que patrulla sanitarios. 
- Tú eres tonta o qué – Contesta mi abuelo, mientras se aleja del capellán militar con uniforme blanco.
No miro a la enfermera porque me estoy riendo. 
- Yo te ayudo – Digo. 
- Ve Faustino, su nieto le ayuda.  – Repite Irsu. No me gusta su voz, su tono es aún menos  soportable. 
- Porque es mi socio. – Contesta mi abuelo.
Considero que hay poco más que decir, así que me preocupo de acomodarle encima de la cama. Huele a madera, reconozco ese aroma desde que tengo uso de razón. Un olor inhumano a nogal y roble, maderas nobles, ceniza de astillas. Deja un rastro de honradez y santidad a su paso como un fruto en verano. No es magia, uno es lo que es. Algunos incluso son árboles, mi abuelo lo era, un enorme y majestuoso árbol de madera dura.
Enciendo la tele. En la pantalla un loro paupérrimo farfulla palabras sin mostrar ningún género o atisbo de duda: La longevidad de un hombre depende del número de eyaculaciones que ha tenido en su vida. Ancha se acaba de quedar. Longevidad es la que tú te has tragado - pienso. Cambio de canal. Juega el Madrid y no me había enterado.  Dos horas de fútbol blanco como la nieve de la mejor calidad, Zinedine Zidane, mi abuelo y yo absortos frente al televisor, mano a mano, gritando y saltando yo, mi abuelo en silencio, concentrado. Bendito invento capaz de acercarnos a un estadio.  Entra mi hermana en la habitación. 
- Hola Flaus. – dice a su abuelo, y lo besa, acaricia y abraza. 
- Hola curruncha. – Le contesta en un suspiro de dos palabras.
El partido se termina. Mi abuelo se duerme. Le beso y me voy. Sus últimos días…En una habitación blanca y desoladora. – pienso.

Yo me desgañito cuando no me ves
Cuando llora el alma.
Y cierro los ojos
Desde que te vas
Para no ver más
Cuando ya no estás.



Desde tu corazón.
Golpeando en la luz
Llegaste hasta mí,
Perdido en tu pasado,
Deshaciendo las sombras
Que habitan el olvido.
Desde tu corazón
Llegué hasta el mío
Vuelto a contra luz.
Para poder ser yo
Fui a través de ti.

jueves, 21 de noviembre de 2013

You´re the same kind of bad as me?

Detesta los atascos, las luces de navidad, las noches que amanecen y el cine en color. Ama a su coche que además es su única herramienta de trabajo; Siempre atento, siempre solícito, siempre dispuesto a efectuar un entrega, siempre capaz de rugir con desaprobación, con su línea de Aston Martín, sus llantas radiales como el motor de un molino a punto de estallar, sus pesados y duros pedales de competición, sus 16 cilindros en v, sus 150 caballos pura gasolina, y sus asientos de cuero rojo. Se lo compró a la novia de un narcotraficante en Marbella con el dinero que tanto sufrimiento le había costado perder. Por eso lo siente como algo profético, un regalo del cielo o del infierno al que no pudo decir que no. Un trato justo y necesario, no podía ser otro coche ni de otra manera. Es lunes, permanece recostado en el asiento delantero como un piloto de fórmula uno, con las manos sobre el volante esperando instrucciones de su contacto. Escucha la radio, el último disco que tras siete años de experimentación “Tom Waits” se ha dignado a sacar a la oscuridad, (you’re the same kind of bad as me? You´re the head on the spear, you´re the nail on the cross, you’re the fly on my beer, you´re the key that got lost, you´re the letter from Jesus on the bathroom wall, you´re mother superior in only a bra, you´re the kind of bad as me? …) a través de una vieja emisora de blues. Atasco y desesperación bajo el cielo púrpura de Madrid. No pide nada, sólo una falda en la que recostar la cabeza durante las noches de frío invierno, una luna bajo la que poder fumar por la ventana al llegar a casa, un silencio ininterrumpido que duré lo que dura un segundo de éxtasis, algunos discos, y comida suficiente en la nevera para aguantar la hibernación. No es mucho, no es tanto, por lo menos son deseos al alcance de muchos tontos, y él no lo es. (…I´m the detective up late, I´m the blood on the floor, the thunder and the roar, the boat that won´t sink…no good you say…) Súbitamente el dolor de una sirena que suena a lo lejos le arranca de su letargo, todos los vehículos se desplazan a un lado para permitir el paso a lo que pueda venir. Se endereza, aprieta los ojos para intentar despertar su cuerpo del torpe e intemporal abatimiento, y gira también su coche en dirección a la calzada. Espera a que pase la ambulancia y se incorpora de un giro violento de muñeca al carril. Entonces sigue su estela como alma que lleva el diablo en un vuelo sin alas. Alguien pita, él saluda a través de la ventanilla y acto seguido observa con desagrado una cara rechoncha y paleta a través del espejo retrovisor, otros intentan hacer lo mismo sin saber cómo, (hace falta mucha destreza y experimentación y nacer con el mal de tierra), él no puede parar y explicárselo, no le sobra tiempo, pisa a fondo, un semáforo en verde, otro en ámbar, otro en rojo, paso de cebra, frenazo, queda para la posteridad la huella del neumático italiano como una firma sobre el triste asfalto, del mismo modo que un aciago día James Dean inmortalizó en las estrellas. El coche de seguridad con su alarma multicolor incorporada se pierde entre el monstruoso escenario de racimos de automóviles. De pronto surgen ante sus ojos dos piernas que se elevan hasta las nubes del crepúsculo, o hasta lo que podría denominarse un cinturón reconvertido en falda. Una mujer frente a su Fiat saluda desafiante con el dedo índice. Él se ríe con la sangre acelerada por los latidos del corazón y le lanza un beso. Así da gusto trabajar- Piensa. Ella no se mueve, se arregla la falda-cinturón bajándola un poco, y deja al descubierto su pequeño ombligo, aunque parece no importarle. El flequillo pelirrojo cae sobre su rostro aniñado de ojos de acero azúl. Él no puede dejar de mirar sus piernas y bendecir su falda. Ella decide dirigirse al coche a golpes de tacón. Él pisa el acelerador sin clavar la marcha, su potro vuelve a rugir pero esta vez sin deslizamiento de ruedas, es casi un bostezo del motor. Los demás coches comienzan a tronar y se produce una incesante lluvia de pitidos que durante un instante parece que nunca va a cesar. Ella se para tímidamente durante una décima de rubor. Pero no se asusta, continúa el duelo entre los dos, intenta abrir la puerta del pasajero apretando el botón de metal (pocos saben que esa es la manera de hacerlo), está cerrada y se ve impedida a entrar. Da una vuelta, meneando las caderas como un guepardo. Con los nudillos golpea la ventanilla del conductor. Él baja la ventanilla y dice; - ¿Qué quieres princesa? - Déjame subir. – firme le contesta. - ¿Por qué iba a hacerlo? – Si me llevas te la chupo. La puerta se abre, en el coche entra su contacto. De ahora en adelante tienen que cumplir con la misión. El coche arranca mientras pitan a su alrededor, él sube el volumen de la radio; You´re the wreath that caught fire, you´re the preach to the choir, you bite down the sheet but your teeth have been wire, you skid in the rain, you´re trying to shift, you´re grinding the gears, you´re trying to shift, and you´re the same kin of bad as me?, they told me you were no good…. Ella parece arreglarse la falda, pero es inútil, no es una falda, es un cinturón, sin embargo saca una carta y una llave de algún lugar de entre la tela, quizás escondidos entre sus piernas. Aquí está todo- Le dice. Bonita falda- Contesta él. Bonito coche- replica ella.