jueves, 26 de diciembre de 2013

La Grande Belleza, el arte de vivir o la belleza excesiva

Sin tregua, así comienza esta maravillosa e inspirada película; Sin apenas tiempo para que se asiente el espectador. Cita de Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fondo de la noche, que viene a decir algo así como todo es una gran mentira, un viaje al oscuro interior, una fantasía. La gente continúa entrando en la sala, como siempre ocurre en estos casos, en cualquier caso, y uno (el que escribe y sus compañeros de fila y butaca) se tiene que levantar cuando ya se había recostado en el respaldo, obnubilado ante la colina Janículo, mientras a su vez intenta mantener atento el ojo, no perderse un attimo del espectro. A lo lejos, sobre la pantalla, se dibuja un movimiento de cámara sobre la fuente, tratando de contener por pequeño que sea, ese atisbo de belleza excesiva (la belleza siempre lo es);

Acto seguido comienza la fiesta, una fiesta espectacularmente filmada a ritmo de Bob Sinclair ("We are the love generation") y Raffaela Carrá (presente desde que tengo uso de razón en la costa del sol y en Italia desde el inicio de los tiempos), como no podía ser de otro modo, esperpéntica, decadente, (nobleza obliga), en medio de una noche de la era post Berlusconi;


El cine se compone de imágenes, cada vez tengo más claro que su ámbito competencial no es el de la narración sino el del deslumbramiento, el color (también blanco y negro), el expresionismo, la borrachera de los sentidos, el desbordamiento en el tiempo a través de la superposición de encuadres como olas en un mar de ensueño.(Qué poético me pongo, pero es así, no sabría expresarlo de otro modo, es un mar en sí mismo que obnubila, que relaja, que exalta los abotargados miembros, y como el mar se compone de imagen y sonido, aunque no huela a sal ni a algas, o quizá sí). El cine es un reflejo del hombre, sus angustias y la época que le ha tocado vivir, es historia y su espejo. Puede deformar o no la realidad, puede captar sus sombras y las sombras que proyectan las creaciones del hombre sobre el mundo, todos aquellos detalles que a simple vista pasan desapercibidos para el que camina mirando al suelo los atrapa la cámara, sublima los matices, captura los surcos de un rostro, o bien a vuelo de pájaro puede ahondar en los paisajes más terrenales, más irreales, más de otro mundo y más de este, porque el cine es espejismo del sueño de una mente lúcida y atormentada; el director. Séptimo arte, porque reúne en mayor o menor medida todas las anteriores. El buen cine es un compendio de dogma y de inconsciente, de ciencia y de mito, de ficción y de crudo realismo o cruda realidad.

Por esa razón, y otras que seguro están ahí y alguien más hábil que yo podría poner sobre la mesa, dejémonos llevar de la mano de Paolo Sorrentino, sin duda una mano ganadora, con un as por lo menos de dos cartas, y si la segunda es alta siempre deberíamos apostar. Tirémonos por el torrente de imágenes en plena eclosión, dejemos la canoa deslizarse hasta el umbral de la catarata y caigamos en su caleidoscópica mirada a la que no se le escapa ningún contraste. Es ahí, en la contradicción, en donde surge el misterio de nuestra naturaleza y su complejidad, tan llena de locura, tan falta de comprensión. O como dijo Oscar Wilde: "Amad al arte por y entonces todo lo demás se os dará por añadidura." Y digo yo: Allí será en donde se dé la comedia y el drama de vuestras vidas, se mezclen la mundanidad y la espiritualidad de vuestra alma, sepamos vivir, cine siempre, de siempre y para siempre como el que ha logrado Paolo en esta película:

 

Si Fellini levantara la cabeza estaría orgulloso. Homenaje a su cine, homenaje al cine.

 

A Jep Gambardella, protagonista, dueño y señor en escena y de la escena, maestro entre los cínicos de la noche pagana, (con permiso de Mastroianni y con algún añito más, seductor impenitente), ante todo caballero, novelista por destino, causa-efecto de su sensibilidad (ante la pregunta, ¿qué te gusta más de la vida? Mis amigos daban siempre la misma respuesta; Los coños, yo en cambio respondía; el olor de la casa de los abuelos), periodista, autor de una sola novela de innegable calidad, solo le atañe la fauna romana, se dedica  a explorar la nadería más vacua, aquella que le ayuda a diluir la desesperación de la existencia, entre copas y estupidez propia (menos) y ajena, de una sociedad, una fauna más bien, cuya única labor es derrochar su riqueza y divertirse.

Como bien dice:“Estamos todos al borde de la desesperación, no tenemos más remedio que hacernos compañía, tomarnos un poco a broma”:

Pero Roma es Roma y esconde fulgurantes secretos, más allá de las voces y el mundanal ruido de la fiesta en la que Jep se erige rey, y una vez ha caído el pesado telón de la mediocridad, surge el guardián que dispone de las llaves de las princesas (porque es merecedor de su confianza), y abre cerraduras que llevan a otros mundos majestuosos. Esfera dentro de la esfera, puertas que abren otras puertas y conducen a estancias de infinita belleza. Más allá de las noches interminables o bajo la magia de las mañanas teñidas por el recuerdo, (al borde del Coliseo en donde linda su apartamento), ocurre el milagro de la belleza y su santidad.

Al final todo se reduce a eso, a mirar hacia atrás para darse cuenta de que fuimos felices. Existieron fugaces instantes, únicos y vívidos momentos, dignos espacios en dónde pudimos recrear toda una vida. Lugares comunes y reconocibles, amaneceres bajo el manto que deja la fina niebla de lo cotidiano, de lo vulgar al desvanecerse. Fantasía, memoria y ensueño. Recuerdos en donde si nos queda algo de sensibilidad construiremos jardines y monumentos, a su alrededor, arriba y abajo, desde el cielo hasta la tierra. Personas con las que un día nos cruzamos que removieron nuestro universo interior, palabras digeridas como agua que sació nuestra sed, cálidas madrugadas sin miedo, noches interminables abrazados al deseo, el roce de unos labios que se grabaron en nuestra piel, cuerpos que amamos, el mismo repetido, carne que esculpimos bajo el amor de nuestras manos, nos transportaron a otros mundos, a esa otra realidad que pertenece a esta misma realidad, y a su vez está fuera y dentro de nosotros. Ilusiones, mentiras a fin de cuentas, pero cargadas de verdad, humana verdad que bajo el peso inmisericorde de la belleza, se convierten en un destello eterno 

Es bien sabido que la belleza provoca admiración y respeto a partes iguales, es capaz de inspirar una novela, crear una obra de arte o dotar de legitimidad a toda una vida. Poesía, dejémonos inspirar por la vida cuando la vida se presta a ello. Es más fácil en Roma, la ciudad eterna.  O como diría Henry Miller; hay que darle un sentido a la vida por el hecho mismo de que la vida carece de sentido.O como se dice en American Beauty;